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Pasaje de amores

Carlos Colón

Alma, corazón y espíritu

Pasión es el alma, Amor el corazón y Rocío el espíritu del Salvador: Eucaristía, crucifixión y Pentecostés. Y sus tres hermandades son su vida. Si cuando era parroquia ya lo eran, ¿qué no habrán de ser ahora que afronta un complicado futuro en el que el culto y la visita devocional gratuita habrán de compatibilizarse con usos de pago museísticos y culturales? Sin ellas sería un espléndido museo que mantuviera en perfecto estado un cuerpo del que ha huido la vida. Sin ellas, ¿quién rezará allí? El fantasma de la Catedral -convertida en un museo de pago en el que también se dice misa- planea sobre el Salvador. El hambre de culto y oraciones del Cristo de los Cálices o de la Cieguecita avisa de lo que pasa cuando las sagradas imágenes dependen de canónigos en vez de hacerlo de capillitas.

Afortunadamente en el Salvador hay tres hermandades, y ellas serán la garantía su vida: el ir y venir de quienes acudan allí a rezar, y no sólo a ver un monumento; los devotos que se sentarán para orar con los ojos; la vital riada de sevillanos que lo anegarán cada año para ver como crecen los pasos; la gloria de las mañanas de Domingo de Ramos y Jueves Santo; la íntima emoción de los besapiés y besamanos; la alegría de los niños que recojan su cirio la víspera del Domingo de Pasión ante el Señor de la Borriquita; la serenidad de los viejos cofrades que pedirán a su Señor de la Pasión que los conforte cuando lo lleven cautivo a su altar de novena, inclinado con la misma mansa reverencia con la que su Madre dijo "hágase en mi según tu palabra"; la misa de medianoche ante el fuego del altar de los holocaustos del Templo de Jerusalén que es el paso del Amor con sus candelabros encendidos. Todo esto es lo que ha vuelto al Salvador que hoy se consagra para un culto divino al que pondrán carne de emoción y sangre de memoria las imágenes y hermandades que son su alma, su corazón y su espíritu.

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