LA mañana más fría de este invierno sin nubes. La radio avisa: cero grados en el centro de Sevilla. El viento es un adversario mayor que la temperatura. Las aceras son un trasiego de obligados por la prisa. Y añoran las horas de edredón. En el parque del barrio, el sol incipiente se topa con el verdor reseco. Los empleados de la limpieza ensartan los desperdicios de autoría desconsiderada. Corretean los perros en su salida matutina. Y en un claro de la arboleda, junto a los juegos infantiles, un hombre, de nacionalidad española, con más arrugas que años, aprovecha la primera luz de la mañana para afeitarse a navaja. Está de rodillas, sobre el escaso albero que sazona el terreno pedregoso. Se mira para quitarse la espuma y rasurarse en un pequeño espejo colocado sobre un gran macuto negro que es su casa a cuestas, arrimado al banco de hierro que le habría servido de cama en una gélida madrugada. Vestido con un pantalón vaquero de sobrada anchura, y con un jersey rojo de tipo nórdico, se afeita con esmero, parsimonia y dignidad admirables pese a la postura genuflexa. Su aura derrite la sensación térmica y calma el reloj.

El runrún del día avanza. El Gobierno intenta justificar la reforma laboral prometida a Berlín y Bruselas mientras arde Atenas. UGT, CCOO y el PSOE hacen frente común para protestar de menos a más. El PP ultima su congreso nacional en Fibes para sacar a hombros a Javier Arenas, mientras sus incondicionales sueñan con un puesto en la Junta. El PSOE encomienda a Manuel Gracia que gestione el vacío de poder en Sevilla, santo y seña del partido. Todo eso y mucho más no llegará a oídos de ese desclasado y circunstancial inquilino del parque. A saber dónde se afeitará hoy, de rodillas, a las ocho de la mañana. Cuando aún no se haya iniciado la jornada bursátil y el planeta contenga la respiración hasta que se aclare quién va ir en el séptimo puesto de la candidatura socialista por Sevilla al Parlamento andaluz. Seguro que eso le va a cambiar la vida. Seguro.