La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Amargura y Esperanza

No hablo de admiración, sino de emoción. No hablo de arte, sino de lágrimas

Lo que el viernes, con la bajada del Señor, y ayer, con la apertura de su besamanos, empezó en San Lorenzo terminará allí el Sábado Santo. Es mi Semana Santa, que va de Gran Poder a Soledad. Lo que hoy empieza en San Juan de la Palma terminará el Viernes Santo al mediodía. Es la Semana Santa de calle Feria, la más mía. Los años enseñan y, al hacerlo, reducen y concentran. Y ya sólo se buscan las emociones más hondas, lo más arraigado en la memoria. Quizás porque conforme se van cumpliendo años el corazón ansía la luz niña de lo primero.

En mi caso, lo primero tiene dos nombres: Amargura y Macarena. Otras devociones, hermandades, memorias y emociones hay en mi Semana Santa. Y muy hondas. Jesús Nazareno del Silencio, Gran Poder y Calvario, mías de los míos. Amor, Nuestro Padre Jesús con la Cruz al Hombro y Cautivo, mías porque ellos me hicieron suyo. Humildad y Paciencia, Fundación y Tres Caídas de San Isidoro, que quiero como cosa propia, aunque no sea hermano. No hablo de admiración, sino de emoción. No hablo de arte, sino de lágrimas. Pero Amargura y Macarena son otra cosa. Ni más ni menos que esas otras devociones y hermandades mías. Sólo otra cosa. Memoria, casa, origen, tierra, madre.

Lo sentí cuando la semana pasada vi a la Esperanza en su palio, sintiendo que era la primera vez que la veía, tan inagotable es el asombro ante esa temblorosa -como si siempre lo contempláramos difuminado por las lágrimas- irradiación verde y oro de su rostro que es su paso. Lo sentí cuando me recibió el manto al traspasar la ojiva porque ya estaban enfrentados los poderosos pasos del Desprecio y la Amargura. Lo sentiré esta mañana cuando nada pueda nublar el sol de oro y la alegría blanca de un Domingo de Ramos por la mañana en San Juan de la Palma. Lo sentiré esta tarde cuando vea la alta Cruz de Guía abrirse camino por Conde de Torrejón; cuando, antes de volverse a la Europa, se me venga encima, como si de entre todos sólo me buscara a mí, el Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes; y cuando vea que a lo lejos ya se vislumbra -oro y fuego- el palio perfecto de mi Virgen amarga. Y lo volveré a sentir cuando, casi allí mismo, en calle Feria, vea a la Esperanza plena de fuerza aún intacta; o cuando la vea agotada, pero feliz y triunfante, volviendo entre los más suyos. No lo puedo remediar: nací en Regina.

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