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Joaquín Pérez Azaústre

Amor y pedagogía

NECESITAMOS amor y pedagogía. Un regreso a Unamuno. Necesitamos un lugar que nos ampare, al que poder llegar, una reubicación de las estanterías con los libros cansados de mudarse. Se dice que a los autores se regresa por el mero gusto de leerlos, de revisitarlos con esa perspectiva no sólo de las páginas vueltas a leer de nuevo, sino de los ojos del lector, que también atesoran otras páginas, momentos, sensaciones, en lo que dura el arco entre la primera lectura y el regreso. Es posible que haya un gran porcentaje de placer, entonces. Pero también lo hay de necesidad: se vuelve a los autores porque no nos queda más remedio, para seguir viviendo, en la respiración de las palabras que dan aliento ético. ¿Es posible vivir sin Dostoievski? Seguramente, sí. Sobre todo, si se desconoce; pero una vez que se adentra uno en las páginas de Crimen y castigo, ya se sabe que antes o después se volverá sobre él, se buceará otra vez en sus personajes, porque no se puede asumir, sin él, la extensión cotidiana de una vida lectora.

Algo así sucede con Unamuno. No sólo con el filósofo Unamuno, con el novelista -o con el nivolista, que él diría-, ni siquiera con el poeta Unamuno -menos conocido, y recordado, de lo que sus poemas dan de sí-, sino sobre todo el pensador libre, buscador confeso de fórmulas civiles para hacer más humana, más enriquecedora, más formada, la convivencia vulgar. Pienso ahora en Amor y pedagogía, la novela en la que un padre trata de aplicar a su hijo sus conocimientos avanzados en la ciencia de la educación. El título me viene a la cabeza, con relativa independencia del devenir final de la novela, porque a veces tenemos cierto exceso de amor y de pedagogía: especialmente, cuando no los necesitamos, que es en los buenos tiempos.

Sin embargo, en los malos tiempos, cuando más requerimos una manera afable de tratar de entendernos, de explicarnos, independientemente de quién tenga la razón, brillan por su ausencia no sólo el amor -generalmente mucho más prescindible, socialmente, que otros sentimientos menos prestigiados-, sino, sobre todo, la pedagogía.

Ahora necesitamos mucha pedagogía. Muchísima. Tendríamos que tirar del argumento reconvertido en textura emocional. Vivimos una situación extrema, un derrumbe anímico, un descreimiento transversal de todo. Regresar a Unamuno puede ser una cierta salida individual, pero en ningún caso colectiva: recuperemos, al menos, la esencia de este título, aboguemos por nuevas formas de encarar la realidad, y también de explicarla. Uno puede estar cargado o no de razones, ahora no entro en eso: pero las razones, aunque sean las más válidas, imprescindibles, ciertas, hay que explicarlas bien. Con pedagogía, desde luego, que es algo distinto del electoralismo o la propaganda más común. Hablo del verdadero afán de comprender al otro, y de ser comprendido.

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