¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Andalucismos

Cuando vemos falsear nuestra cultura, nos consuela recordar la labor titánica de Alvar, Llorente y Salvador

Para elaborar el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA), el trío compuesto por Manuel Alvar, Antonio Llorente y Gregorio Salvador tuvo que viajar por nuestra geografía de todas las maneras posibles en aquellos años del mediofranquismo: a pie, a lomos de mula vieja, en automóviles de dura amortiguación, en trenes asmáticos... Entonces, muchos de los pueblos andaluces apenas estaban comunicados por los mismos caminos preindustriales que transitaron los hombres que tuvieron la dicha de no conocer ni el motor de explosión ni la música enlatada. Un mundo silencioso en el que cada sonido tenía un nombre y una causa definida, muy lejos de ese ruido de fondo que acompaña permanentemente al urbanita contemporáneo. La llegada a los villorrios de aquellos forasteros extraños y finolis no siempre fue bien recibida y en alguna ocasión tuvo que intervenir la Guardia Civil ante la sospecha de que fueran forajidos. No de otra manera se podía catalogar a quienes, con cuaderno y lápiz, se dedicaban a fisgonear por las eras y a preguntarle a los rústicos cómo llamaban a sus aperos de labranza. Aquello tuvo algo de Far West y mucho de gran aventura vital e intelectual cuyo resultado final fueron tres volúmenes con 1.900 mapas que dibujaban una Andalucía todavía agraria y virgiliana.

Una amable invitación para una conferencia del profesor Antonio Narbona nos recuerda que este año se celebra el cincuenta aniversario del ecuador de tan magna obra, editada entre 1961 y 1973 y reeditada por la Junta de Andalucía en 1991. Narbona -catedrático y correspondiente de la Real Academia Española- es uno de esos universitarios callados y pacientes -muy lejos de las estridencias y del afán de protagonismo de otros- que a lo largo de los años ha ido forjando una importante obra científica sobre las diferentes maneras de hablar de los andaluces, sobre las palabras y acentos que nos particularizan al tiempo que nos arraigan al mundo hispánico. Por eso, porque conoce bien nuestras hablas, se desespera cada vez que surge una iniciativa como la de traducir Er prenzepito al andalú u otras mamarrachadas del nacionalismo cultural de garrafa.

Cuando vemos a todos esos andaluces profesionales fantaseando sobre nuestra cultura, intentamos recordar el trabajo titánico y callado de los autores del ALEA -un aragonés, un salmantino y un granadino-; pensar en aquella labor rigurosa y científica que sólo el amor por el conocimiento, la lengua y la tierra pudo sostener. Ese, y no otro, es el andalucismo que admiramos.

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