La ciudad y los días

Carlos Colón

Antiguos ropajes de miseria

LAS calles de la Florencia de Leonardo y Miguel Ángel eran tan violentas como las del Bronx. El Bishopgate londinense en el que vivió Shakespeare era un lodazal lleno de peligros. De la espléndida Sevilla enriquecida por las Indias, la de Velázquez, Zurbarán, Murillo y Montañés, decían sus asistentes y regidores: "Es ciudad muy sucia y con muy mal olor, de que resulta daño a la salud… Es caso vergonzoso verla cuan perdida está con inmundicia y montones de basura que hay por todas las plazas y calles"; en cuanto a su salubridad social, un recaudador de impuestos llamado Miguel de Cervantes y un hermano del Silencio llamado Mateo Alemán dejaron cumplida noticia, en Rinconete y Cortadillo o el Guzmán de Alfarache, de los submundos en los que reinaban pícaros y hampones hablando su propia jerga de germanía. El esplendoroso París de Luis XIV exhibía abismos de miseria. En las crónicas de sus largos paseos nocturnos de insomne, Dickens ha dejado perturbadores retratos de la degradación y la miseria que afligían a la más rica, grande y moderna ciudad del mundo.

No es nueva, por lo tanto, la convivencia entre refinamiento artístico y violencia primaria, opulencia y miseria. Por eso no debe sorprender que, al igual que en la Florencia del siglo XV, la Sevilla del XVI, el París del XVII o el Londres del XIX, en nuestra ciudad convivan hoy -como en tantas otras del primer mundo- internet y la violencia más primaria, el hartazgo consumista y las más severas carencias, la sofisticación tecnológica y los inframundos de una pobreza y una delincuencia premodernas, idénticas a las retratadas por Cervantes o Mateo Alemán.

El suceso del Pumarejo -descrito como "altercado habitual entre mendigos"- está revestido con estos bárbaros y míseros ropajes: un ex presidiario conocido como "el hijo de la ciega" ha (presuntamente) asesinado, clavándole un destornillador, a un marginal que, según informábamos ayer, "aunque no era un indigente, ya que dormía en casa de su hermana, estaba todo el día en la calle".

No cabe rasgarse las vestiduras. Convivimos con la degradación obrada por la miseria con la misma naturalidad que los sevillanos del XVI. Es más: los parcheos de las políticas asistenciales, que atenúan los efectos sin eliminar las causas, y la evidente disminución del número de marginales nos permiten ignorar estos fenómenos o minimizarlos; eso sí, a condición de que no nos rocen. Nada nuevo. Salvo que, si seguimos teniendo Monipodios, Rinconetes y Cortadillos, carecemos de un Cervantes o un Mateo Alemán que los escriba y de un Murillo o un Velázquez que los retrate.

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