MI amigo Manel Arranz fue nombrado, hace poco, director de programación de La 2. Menuda responsabilidad, y qué reto tan precioso: organizar la parrilla del mejor canal televisivo en abierto, ese que de verdad merece el apelativo de servicio público. Pero, y todo no iban a ser alegrías, qué pena tener que desempeñar este cargo en el peor de los mapas posibles. Esto es, sin dinero.

Porque imagino al bueno de Manel haciendo encaje de bolillos. Tratando de programar sin gastar; de innovar, mantener la calidad acreditada y organizar una parrilla de veinticuatro horas sobre veinticuatro horas, debiendo ajustarse el cinturón hasta extremos insospechados. Todo ello con una cuota de pantalla bajo mínimos, con un 2,5%. Porque el problema fundamental de La 2 es que da la impresión de que hace televisión para una público invisible, inexistente. La 2 lanza productos televisivos a quien no consume televisión. Da de comer a quien no tiene hambre. La cuadratura del círculo.

Conocí a Manel Arranz hace veinte años justos. El acercamiento se produjo porque sus compañeros lucían una camiseta del programa Línea 900, con el logotipo que le servía de marca. Me acerqué, les pregunté, y hasta ahora. El equipo de reporteros grababa por Alicante un reportaje de investigación sobre las iglesias de diversas confesiones. Los intereses comunes propiciaron la amistad. Después de Línea 900 mi apreciado Manel pasó por distintos programas y responsabilidades en Sant Cugat del Vallés, fue fácil verle por el Festival de Sitges, llegó a dirigir Radio Nacional en Barcelona, fue responsable del estupendo proyecto 50 años de, y ahora, a sus cincuenta años y con varias vidas por delante, ha sido nombrado director de programas de La 2. Condicionado a un presupuesto ajustadísimo.

Seguro que lo hará muy bien.

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