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PERMÍTAME que comience haciéndole una pregunta: ¿se arrepiente usted de algo? No, no me conteste ahora; deje que le cuente primero la historia de Bronnie Ware. Es una enfermera australiana que ha trabajado durante años con personas que se encontraban en el umbral de la muerte. Personas aquejadas de enfermedades que las habían conducido a un estado terminal, irreversible, y con las que Bronnie ha compartido el último tiempo. Como media, de tres a doce semanas.

Y ha ido recopilando, como fiel amanuense de los últimos destellos de la vida, los arrepentimientos más frecuentes que expresaban los que daban el salto mortal hacia fuera de la red de esta existencia.

Ware ha recopilado estas confesiones, estos sentimientos de arrepentimiento final que con ella compartían los que ya se iban. Y los ha expuesto en un libro que ha titulado Los cinco arrepentimientos de los moribundos.

Me parecen interesantes, y quiero compartirlos con usted. Según esta enfermera, son éstos. El primero: el arrepentimiento provocado por la sensación de que la vida que han vivido no es la que hubiesen querido vivir, sino la que otros esperaron que vivieran.

El segundo: ojalá no hubiese trabajado tanto. Bronnie cuenta que muchos se arrepienten de no haber dedicado tiempo a ver crecer a su hijo o a disfrutar de su pareja.

El tercero. "Me hubiese gustado tener el coraje de expresar mis sentimientos". El miedo a decir lo que uno siente, aleja, al parecer, de lo mucho o poco que podemos llegar a ser.

El cuarto. Es frecuente la queja de haberse cerrado tanto en sus propias vidas que desatendieron la compañía y el calor de los amigos, de los que se fueron distanciando.

El quinto. No haber sido feliz. O, al menos, no haberse reído lo suficiente, no haberse tomado la vida con más humor.

Bronnie Ware dice que esta experiencia ha cambiado su modo de ver la vida. Entiendo que alguien en contacto con el último aliento valore cada bocanada de aire. En medio de la vida y la muerte, es más fácil ser sublime sin interrupción, como nos exhortó Baudelaire.

Pero, ahora sí, le vuelvo a hacer la pregunta del principio: ¿de qué se arrepiente usted, si es que se arrepiente de algo? Escuche, ¿las oye? Son las campanas, que están doblando desde no sé qué ermita, iglesia o campanario lejano. Están doblando a muerto, con esos dos golpes secos y espaciados, como dos aldabonazos dados en las puertas de nuestra atención. Pero, ¿por quién doblan las campanas? Ernest Hemingway nos reveló que no lo hacen por el muerto, sino por el vivo. Por usted y por mí. Y nos recuerdan que la vida no ha terminado. Nos aconsejan no llegar al final teniendo que arrepentirnos de no haber vivido. Vivamos, pues.

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