FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

LAS viñetas de este artículo son todas frutos del viaje más reciente que hice con mi familia a mi patria. Dejan bien a las claras lo que pierdo y gano al encontrarme en un sitio opuesto al otro, y lo que permanece igual.

Uvas verdes

De puerta a puerta, el viaje entre Sevilla y la casa de mi hermano, donde nos alojamos en EEUU, dura 36 horas. Viajar así con dos niños pequeños es como luchar en una guerra de desgaste contra un adversario con refuerzos inagotables.

Tuvimos suerte en el vuelo de Madrid a Boston; el avión iba medio vacío. Además de brindar a la familia un campo de batalla más amplio, me proporcionó un contexto iluminador para observar contrastes culturales. Todos los americanos blancos con asientos próximos a los nuestros los dejaron por otros, mientras los hispanos permanecieron en sus sitios, ayudándonos a desviar el camión grande.

Los últimos blancos ahuyentados por la refriega sin cuartel fueron dos mujeres sentadas una al lado de la otra, embobadas con la película Comer, Rezar, Amar. Al final, decidieron huir también.

-Menos mal -dijo mi mujer-. Había pensado que uno de los niños había hecho caca, pero eran los pies de una de aquellas mujeres. Si este comentario os parece común, y aún más común mi elección de publicarlo, echad la culpa a no saber perder, lo que en inglés se llama sour grapes (uvas agrias). ¿Cómo no voy a querer dar un golpe bajo a alguien que opta por aquella sensiblería del séptimo arte en vez de ir a rescate a dos padres superados por su prole?

Todo OK, Daddy

Mi hijo mayor, de casi 3 años al hacer dicho viaje, me notó apagado al llegar a casa de mi hermano. Mientras me tumbaba desplomado en el sofá, él echaba un vistazo a lo que sería su casa durante dos meses, yendo de habitación en habitación, abriendo puertas y muebles y mirando debajo de sillas y de camas. Llegó otra vez a mi lado, y dijo en el tono más tranquilizador que sabía, "No dead rats, Daddy" (No hay ratas muertas, Papá).

En este intento de mi hijo de darme ánimos, creo que es evidente la crítica que quiero hacer de cómo Sevilla cuida y limpia sus barrios periféricos, como Madre de Dios, donde vivimos. ¡Qué imagen más fea están legando los administradores de esta ciudad a la mayoría de sus niños!

Ganga a precio de oro

En Nueva York, he conocido enclaves de inmigrantes de una gran variedad de países europeos, con la excepción de España. Supongo que los españoles que eligieron emigrar al Nuevo Mundo zarparon rumbo a América del Sur, no del Norte, queriendo aliviarse del problema del idioma. Los italianos y los griegos no tuvieron esta ventaja. El premio que estos dos países han recogido por instalarse en EEUU es poder hoy en día monopolizar el mercado de manjares mediterráneos. El monopolio hace todo lo posible, tanto legalmente como ilegalmente, para que España no se cuele en el banquete. Los italianos y los griegos no son ingenuos. Tendrán mucho que perder una vez que los estadounidenses prueben lo que España tiene que ofrecer.

Teniendo en cuento todo esto, a mi mujer y a mí nos sorprendió mucho tropezarnos con dulces de Inés Rosales en el supermercado del pueblo pequeño de mi familia, New London, New Hampshire, situado en el noreste del país. Nos alegró hasta ver el precio: ¡seis dólares por unos dulces que podemos comprar en Polvillo por un euro! Si multiplicaran a tal magnitud el precio del buen jamón, sería más barato viajar a España a saludar un 5J.

'regulá'

-En tu país, -dijo mi mujer-, todo es regular.

Dijo la palabra en inglés, que significa "normal y corriente", pero con intención de provocarme con el significado de la palabra en español.

Es verdad que se emplea mucho "regular" en mi patria. También es verdad que mi esposa, con el inglés, estaba pasándolo, pues, regulá.

Una noche, cuando mi madre le preguntó qué había comido en el restaurante, mi mujer dijo soap (jabón) y después why (¿por qué?), queriendo decir soup (sopa) y wine (vino). Y con los nombres ni os cuento. Una tarde, antes de asistir a una cena entre amigos, yo intentaba prepararla:

-Los hijos se llaman Brette y Rhett, -le dije-.

-¿Bread (pan) y red (rojo)?

-Más o menos. El marido, Doug.

-¿Dog (perro)? ¿Va a venir cat (gato) también?

-¡Déjate de guasa de una vez, mujer!

-¿Y la esposa?

-Norma.

-¿Normá? Pues, mejor normá que regulá.

Le frustraban igualmente el afán que los americanos tenemos de poner un apodo o un nombre cariñoso a los seres queridos. Le recordé a todos los Pepes, Quiques y Pacos de nuestro barrio, y también a los Cucos y los Curros de Nervión, y a uno de los camareros de Toboso que le llaman Bicicleta porque hace su trabajo siempre a todo trapo.

Al final se contagió de esta costumbre, llamándome Pretty Woman, por la ropa de marca que compré durante el viaje. Ella no se quedó atrás en las compras. Cuando las vacaciones estaban a punto de terminar, me preguntó, "¿Qué marca es Clearance? ¿Qué es lo que venden?" Me pilló in fraganti. La pobre. Siempre la llevaba a las secciones marcadas así (venta de liquidación) para pillar las mejores gangas y evitar que me llevara a la ruina.

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