Desgarradora imagen la del padre asomado a la barandilla del puente en la esperanza de que, al fin, se sepa algo de esa hija que se fue para no volver. Ocho años, ocho, y un mes después se evapora la penúltima esperanza y ese padre no tiene otra que agarrarse al ardiente clavo de la ilusión asomándose a la baranda. ¿Última baranda? Nadie puede asegurar que hayamos estado ante la última intentona de encontrar a Marta y me imagino que seguirán surgiendo hipótesis desde las fuentes más insospechadas mientras los autores de la infamia continúan riéndose de un sistema que ha fracasado con estrépito. Incidamos en la mala praxis de un Estado tan garantista que permite el dislate de renovar el crimen periódicamente, de volver a matar a la niña que se fue un soleado sábado para que su padre siga asomado a la barandilla de un puente cualquiera.
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