POR montera

Mariló Montero

¿Dónde están?

LO último que Mari Luz le pidió a su madre fue poder ir al quiosco de la esquina para comprar chuches. Mari Luz, con el pasito alegre de una niña de cinco años vestida de rosa, se presentó en su destino, donde compró una bolsa de patatas fritas. A la vuelta de la esquina, a tan sólo cincuenta metros de su casa, un violento remolino de viento negro la engulló. Lo último que Yeremi Vargas le pidió a su abuela fue poder ir al solar de la zona de su casa para jugar al fútbol. Yeremi, con el paso precipitado de un niño de siete años, tímido y asustadizo, corrió al lado de sus primos, que lo esperaban para meter unos cuantos goles. La voz de su abuela, que lo llamaba para comer, se ahogó entre el alboroto de dolores que provocó la ausencia del pequeño, tragado por un huracán negro de maledicencia.

Los dos niños están hora inmersos en alguna nube gris que ahoga a unas familias que viven con la cabeza hundida en busca de luz en los corazones. El misterio de sus desapariciones nos mata porque lo arcano se prolonga en los días y las noches, en lo recóndito de la comprensión humana que no puede explicar o comprender el motivo de esta malandanza. ¿Dónde están Mari Luz y Yeremi?¿Dónde los cien menores desaparecidos en España que abultan la carpeta policial más inquietante? ¿Llegarán a los oídos de estos pequeños los ladridos de los perros adiestrados, las aspas de los helicópteros que guillotinan el viento tratando de abrir la bolsa que los retiene, las voces de centenares de vecinos que gritan sus nombres, que pinchan con palos cada matorral, cada charco, cada contenedor de basura, cada estanque, cada pozo, cada metro de barro en las orillas de los ríos? ¿Oirán algo?

Sus destinos son tan desconcertantes como el rumbo de una pluma que va cayendo del cielo al antojo del movimiento de los vientos que le disuaden de su meta final. No acaba de entenderse la intriga, el juego de los desalmados que arrancan criaturas con zarpazos de odio y maldad, truncando estas vidas que sólo quedan ahora para protagonizar historias rumoreadas que no hacen sino desconcertar y doler.

Mari Luz, Yeremi y el resto de la veintena de menores desaparecidos no están, porque no están donde tienen que estar. Aunque estén jugueteando entre piezas de alegres colores o incluso sus mentes hayan aceptado, por su memoria efímera, la vida en otras familias que les dan sus chuches o los mimos con los que cogen el sueño. Para todos, estas criaturas están en un agujero negro que flota en el universo de las incógnitas. Tiene que haber algún ojo en el mundo, en este mundo en el que nada queda por descubrir, que les pueda ver en el espacio en el que se encuentren. Alguien que los vea, les reconozca, algo que asome una señal de ese agujero negro en el que permanecen, para evitar la duda eterna y poder vivir en paz.

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