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8-M

Hay un feminismo que quiere sustituir el autoritarismo machista del pasado por otro autoritarismo de signo contrario

En la manifestación feminista del 8 de marzo no vi pancartas a favor de la sororidad. Tampoco vi pancartas contra el heteropatriarcado ni contra el pérfido hombre blanco occidental. Quizá había algunas, sí, pero no se veían demasiado. Lo que sí había eran muchas chicas con la cara pintada con el símbolo de la mujer. Y muchas niñas ataviadas con su capa de Superwoman. Y muchas bufandas de color morado. Y muchas madres con sus hijas, y también muchas abuelas con sus nietas. Las masas humanas desprenden radiaciones emocionales que pueden captarse igual que se captan las ondas electromagnéticas. Y en la manifestación del 8-M yo no percibí resentimiento ni odio ni hostilidad -emociones que suelen presidir el discurso de algunas teóricas del feminismo-, sino una hermosa explosión de orgullo por el hecho de ser mujer. Y sobre todo, vi alegría. Mucha alegría.

Todo eso me pareció maravilloso. Hay un cierto feminismo que parece querer sustituir el autoritarismo machista del pasado -ese autoritarismo encarnado en las beatas de iglesia y en las adustas militantes de la Sección Femenina franquista que veían pecado y corrupción en cualquier actividad placentera- por otro autoritarismo de signo contrario pero igualmente controlado por las beatas y por las militantes de otra Sección Femenina. El modelo de doña Urraca, para entendernos, sólo que una doña Urraca vestida de morado en vez de negro, una doña Urraca que se empeñe en buscar en qué cosas las mujeres se "cosifican" para también perseguirlas y denunciarlas. Porque por desgracia ese feminismo puritano y resentido ocupa mucho espacio en el debate público. Y ese feminismo es tan autoritario y tan enemigo de la libertad como lo era el machismo de los peores tiempos del franquismo, o como lo sigue siendo el machismo que aún perdura entre muchos de nosotros (y yo me incluyo).

Lo bueno es que ese feminismo fanatizado tiene bastante éxito entre las graduadas en estudios de género y entre ciertas profesoras de universidad, pero no ha calado entre la mayoría de mujeres que aspiran a vivir de la forma más libre posible, sin varones que les digan lo que tienen que hacer, pero también sin organizaciones obsesionadas por la ideología que les dicten lo que es bueno y lo que es malo para ellas. En la manifestación del jueves ganó la alegría. Tanto mejor para todos nosotros.

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