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Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Barcelona

EL totalitarismo es un régimen político que entre sus repelentes características tiene la de impedir no ya la libertad de otros a quienes considera enemigos o, sencillamente, inconvenientes, sino cualquier acción de éstos. De forma que la eliminación de sus rastros y de su presencia pública debe ser alcanzada a cualquier costa. El miedo hacia la violencia que el totalitario aplica en su forma de represión es básico para la aniquilación. Si encima convencemos a lo peor de cada casa, a particulares cómplices y gratuitos, para que hagan suya esta perversa encomienda política, el efecto totalitario se multiplica. Para conseguirlo, puede servir un nacionalismo ofendido, la conciencia de pertenecer a un grupo que es "víctima" -pero superior al "otro": extranjero, de otra creencia, adversario político, homosexual-. No hablamos del nazismo ni del estalinismo. Hablamos de aficionados al "fútbol nacionalista" -un octavo pasajero conceptual, una bestia totalitaria-. Hablamos de Barcelona. No en los preámbulos de la Guerra Civil, sino anteayer.

No convence mucho la explicación de que la agresión de dos chicas fue perpetrada por cinco energúmenos que no representan a nadie. Sí representan a muchos, me temo que no pocos de ellos calificables de bastardos. Que hacen el juego final, la escaramuza callejera totalitaria, a otros más melifluos que han ido impregnando las calles de gasolina y dejando cajas de cerillos por las esquinas. Tampoco convence la también tibia reacción de la alcaldesa, que niega a los aficionados que los partidos de la selección española en la Eurocopa puedan ser retransmitidos en pantallas gigantes en la ciudad: calificar la cobarde paliza de "inaceptable", sin mayor condena ni énfasis ni juicio, evoca a esos políticos vascos con domicilio, por ejemplo, en Neguri a quienes, tras un asesinato de ETA, les faltaba decir que condenaban los hechos "por imperativo legal". Parece que Ada Colau -a la que me niego a utilizar como mono de goma a quien arrear por principio-piensa: "Me gustaría aceptarlo, pero no puedo".

Y después, el otro horror: esa docena de señores y señoras bien vestidos para los calores del domingo que miran el pateo de dos mujeres en el suelo como si observaran a un malabarista callejero. Me da que no tolerarían que un hombre diera coces a un perrito. Pero a unas "putas españolas", como les gritaban, leña. Éstos son el aglutinante de la barbarie, la intrahistoria de la ignominia. Ellos son los indispensables, pero no para la lucha brechtiana: para el totalitarismo. El que quiere eliminar toda referencia al enemigo.

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