Visto y oído

Francisco / Andrés Gallardo

Barrios

LA serie Sin tetas no hay paraíso enseña cómo sería la realización de Yo soy Bea si pudiera grabarse con un ritmo de trabajo razonable. La nueva producción de Grundy tiene el aspecto industrial de las ficciones fabricadas al por mayor, a toda prisa, pero con detalles artesanales, de elaboración, que la hacen no desentonar en el horario estelar. Es como si se le añadieran ribetes de porcelana a un jarrón de una tienda de todo a cien: no puede esconder su esencia, pero mejora en su apariencia. Las intrigas de submundo, tipejos sin escrúpulos y chicas de carne de cañón se enmarañan en un tapiz muy apetecible para buena parte de audiencia, a la que se sumará otro tipo de público (por ejemplo, muchos hombres) que de otra manera no se subiría al tren de una telenovela. Chirrió un poco la carrera de coches, algo encorsetada, pero por lo demás, el primer episodio estuvo bien encarrilado, eludiendo imágenes duras que rechazarían los incondicionales de las telenovelas al uso.

El Sin tetas español sólo se inspira en la sinopsis del serial (y en principio novela) de Colombia. La niña hambrienta de un barrio de chabolas se ha convertido en una joven de familia con estrecheces económicas y el entorno se ha adaptado a un barrio deprimido español (que no andaluz como era la intención inicial de la productora). Es, por ejemplo, la cara dramática de una barriada como la de Aída. Los guionistas se encuentran cómodos, para dar rienda suelta a las hipérboles efectistas, en los fondos abisales de la sociedad. Y el público parece que también. Sin tetas, al igual que la fea, se estirará más allá de la silicona.

En La 1 esa noche se ofrecía el reportaje genuflexo del Príncipe de Asturias. En este caso el abuso de videoteca, con fragmentos calcados de semblanzas anteriores, lo convirtieron en un pastelito demasiado previsible y hasta empalagoso.

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