TRAS la victoria roja del pasado domingo, en algún medio de comunicación europeo se ha hecho la broma fácil y envidiosa de afirmar que "España tiene dos euros en el bolsillo". Estos "graciosos", además de mala baba y poco pudor, tienen una pésima información. Las Euros de España no son dos, sino tres; los euros, bastantes menos, una deuda pública y privada gigantesca que, minuto a minuto, aleja la viabilidad de nuestro propio futuro. Olvida, incluso, tanto sobrado que, en Europa, nuestros destinos están unidos y que nadie permanece a salvo de la gangrena. No está bien nombrar la soga en casa del ahorcado; y menos cuando el ahorcado puede terminar siendo uno mismo.

Que la economía va irremediablemente mal y que, a lo mejor, sólo estamos alargando una muerte inexorable, es sospecha que va tomando cuerpo. Leo que Rajoy, en este mismo mes, se dispone a retorcernos todavía más el pescuezo. Según los mentideros, seis son las próximas medidas a adoptar. Así, acuciado por la presión exterior, parece que el Gobierno se propone aumentar el IVA y subir los Impuestos Especiales (una decisión de incierta eficacia, porque ni garantiza una mayor recaudación, ni colabora en apuntalar los sectores aún activos); junto a ello, controlar el gasto autonómico y establecer un organismo supervisor único e independiente (apenas una gota en un mar que reclama la verdadera y valiente reestructuración del Estado); también, eliminar la deducción fiscal por la compra de vivienda habitual (otra genialidad que, como comprenderán, dificultará la liquidación de nuestro inmenso y vacío parque inmobiliario); acelerar, y es la cuarta, la ampliación de la edad mínima de jubilación, todo lo contrario de lo que propugna Hollande, quizá con el secreto deseo de que todos palmemos en el tajo; endurecer -esto es casi macabro- las condiciones para recibir la prestación por desempleo, aceptando, con rebosante cinismo, que millones de españoles vivan del aire; y por último, cómo no, reducir los sueldos de los funcionarios (ya mismo tendremos que pagar por trabajar) y ajustar (léase dejar en la calle a cientos de miles de trabajadores) el sector público.

Vale, lo hacemos, y qué. Sin políticas que incentiven el crecimiento de la economía real, no pasa de una desesperante agonía a plazos, de un ejercicio estúpido de contabilidad, tan pulcro como inoperante.

La pregunta clave, la que Rajoy nos debe responder, es si hay luz al final del túnel. Háblennos, pues, claro. Explíquennos el escenario definitivo y no nos apaleen más. Déjennos decidir si queremos permanecer en el naufragante barco europeo o nos buscamos las papas de otra forma, por perra que sea. Basta de paños calientes y de purgantes a sorbitos. Lo que tenga que ser que sea, porque antes me quedo con un infierno concreto y definido que con este sinvivir que te quema el alma y te devora, trozo a trozo, la esperanza.

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