Debería ser que por un par de errores no se desplomara un equipo, pero el Betis se desplomó primero por la tarugada de Adán para perder cualquier opción optimista y luego cuando Tello no puso dentro una clarísima ocasión de gol. A partir de ahí, dos contragolpes y un 3-1 que devuelve a la cruda realidad a una afición que se ilusionó, fundadamente al parecer, con la imagen que su equipo había dado 15 días antes frente al Celta.

Por lo que predica Setién me da la impresión de que vamos a repetirnos durante el curso en el lamento por el lance que propició el empate del Villarreal. La filosofía de fútbol del entrenador bético parece inamovible y ni siquiera lo desmañado que Adán es como jugador de campo hace que el técnico cántabro abdique de su idea. Es más, hasta anuncia que eso va a suceder más de una vez a la par que le quita hierro dándole la génesis del gol de León al portero y no al gran servicio de Joaquín.

Indudablemente, este Betis es superior al anterior, o anteriores. Ha subido la calidad individual y los conceptos son muy atractivos, pero creía que la actitud iba subir también de nivel y en Villarreal no fue así. Un equipo que tiene la premisa de la posesión de balón estuvo siempre muy por debajo en los porcentajes de la cosa. Y creo que todo fue porque en la zona donde se proyecta el juego hubo más decisión del rival en los balones divididos y a eso siempre se le llamó una mejor actitud.

Fue una pena caer en Villarreal, sobre todo cuando León rubricó una excelente jugada colectiva con servicio excelso de Joaquín. En este fútbol de hoy, tan igualado y competido, ponerse por delante en el marcador es una ventaja que no debe desperdiciarse. Y la forma en que se desperdició fue única y exclusivamente de esa manía de querer que todos los porteros sean Bravo o Ter Stegen. Pedirle que la juegue siempre a Adán es como optar partido a partido a la ruleta rusa.