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Desde mi córner

Luis Carlos Peris

El Betis, o el cuento de nunca escarmentar

CRUELMENTE, como en tantos capítulos de su centenaria historia, el tiempo se precipita para que, como con prisas, llegue la hora de los balances en el ejercicio del, por siempre, Real Betis Balompié. Balances y exigencia de responsabilidades a los auténticos culpables de que un club con 30.000 socios y un muy buen contrato televisivo se vaya a Segunda División. Aun quedando el clavo candente de las matemáticas, el juicio sí procede ya.

Se preguntan muchos béticos que qué es lo que han hecho para vivir este calvario. Se esgrime que ya ni siquiera cabe agarrarse a ese alarido de fidelidad que es el manque pierda y que tanto ayudó a que el mil veces alanceado Betis nunca fuese abatido. Pero los tiempos que corren son muy distintos a los que permitieron acuñar ese grito y las generaciones actuales no comprenden cómo no aparece un dirigente mínimamente capacitado o creíble para manejar la nave.

Ve uno campos de gradas desiertas, clubes sin el menor pedigrí para militar en Primera División y no comprende cómo el Real Betis Balompié, por siempre y para siempre, se precipita continuamente a los avernos. ¿Mala suerte, nefastos arbitrajes, plagas increíbles de lesiones? No, una atávica dirección nefasta que va desde la impericia a una delincuencia más o menos presunta, desde el desamor a la causa a unas luchas intestinas que no resisten el menor análisis.

Es el resumen a brochazos de una historia que se repite con una contumacia incomprensible. Veía antier noche cómo un campo de 50.000 espectadores casi se colmaba y no tenía razón de ser cómo el equipo se suicidaba a poco de alcanzar la orilla. Alguien dirá que esto es como un epitafio con el cuerpo vivo y ojalá esa esperanza que viste de verde tuviese visos de posibilidad, ojalá. Lo cierto es que esto no es más que un capítulo mil veces repetido y del que nunca se escarmienta.

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