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EL principal peligro que corría el estreno más esperado del año, Boardwalk Empire, era el de no alcanzar sus altísimas expectativas. Es lo que ocurre cuando en el mismo plato televisivo juntamos la mejor cocina posible, la HBO, a algunos de los mejores artesanos de los últimos años, como son el guionista Terence Winter y los directores Tim Van Patten y Allen Coulter, a un chef estrella algo excéntrico capaz de lo mejor y lo peor, como Martin Scorsese, y a actores muy solventes venerados en el mundillo independiente, como Steve Buscemi y Michael Pitt. Una de dos: o el maremágnum de talento produce una obra memorable o hay un descalabro histórico, no caben medias tintas. Visto el primer episodio, emitido el lunes, la duda ahora es si la serie será capaz de mantener el nivel. A la HBO ya le ha bastado para renovarla por una segunda temporada.

Por la trayectoria de algunos de sus protagonistas, y por la misma trama, los años de la Ley Seca en Atlantic City y el nacimiento de las mafias que controlaron la distribución ilegal del alcohol, se ha comparado hasta la saciedad a esta serie con Los Soprano, quizás el producto televisivo con el que la HBO empezó la guerra, de igual a igual, con las grandes productoras de Hollywood. Curioso que en el piloto también se adivine un pequeño homenaje al otro pilar de la revolución de la televisión, A dos metros bajo tierra, de la misma casa. Hay que estar muy seguro de lo que se hace para compararse con esas dos catedrales de la pequeña pantalla, también para exhibir a James Gandolfini en el estreno. Por lo visto en el episodio piloto, hay motivos sobrados para ello. Boardwalk Empire es el ejemplo perfecto de la evolución que han experimentado las series en la última década. Nada hace pensar que no estamos disfrutando de una gran película sin estrecheces presupuestarias. Desde los apabullantes créditos de inicio hasta la fotografía, la música o la escenografía, todo es de lujo. Por ningún lado se descubren las habituales costuras televisivas, los productores no han escatimado en gastos. A lo largo de la hora y doce minutos que dura el piloto vamos adivinando la compleja psicología de Nucky Thompson, un tipo duro y sin escrúpulos que, sin embargo, nos caerá bien. De paso conocemos a un joven Al Capone y al ambicioso Lucky Luciano. También hay tiempo para mezclar escenas cómicas con el drama absoluto -pocas secuencias más crudas y terribles que la del episodio de violencia doméstica, créanme-. ¿Qué más se puede pedir? Que Boardwalk Empire siga así.

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