Breve historia del Otro: Conrad

Konrad Korzeniowski llega al Congo en junio de 1890. Su misión, al servicio de la Sociedad Anónima Belga para el Comercio con el Alto Congo, es la de transportar mercancías entre Leopodville y Kisangani, al mando de un vapor fluvial, que pone en comunicación la costa con la entraña verde del Congo. Dicho vapor, Le Roi des Belges, será el que conduzca a Korzeniowski a la profundidad de la selva; y será, de igual modo, el que lo devuelva ya transfigurado por cuanto ha visto. Pero, ¿qué es lo que ha presenciado el futuro Conrad, el literario Marlow, en el interior del Congo?

Antes de remontar el curso del río Congo, en busca de una precisa forma de abominación, debemos aventurar una hipótesis no del todo literaria. El hombre que narra esta aventura (Marlow), y el escritor polaco que firma sus páginas (Konrad Korzeniowski) son, sustancialmente, la misma persona. Con esto se quiere indicar que personaje y escritor comparten un misma concepción del mundo. Y, en suma, que ambos disfrutan de un mismo "aire de época", reconocible a posteriori. De ahí que The heart of darkness fuera conceptuado entonces como una denuncia de la política colonial del Congo belga, cuando en realidad se trata de una refinada justificación (en absoluto voluntaria) de aquel oprobio.

Veamos, pues, a qué tiniebla, a qué víscera escondida, se dirige el protagonista de este Corazón de las tinieblas. Konrad Korzeniowski llega al Congo en junio de 1890. Su misión, al servicio de la Sociedad Anónima Belga para el Comercio con el Alto Congo, es la de transportar mercancías entre Leopodville y Kisangani, al mando de un vapor fluvial, que pone en comunicación la costa con la entraña verde del Congo.

Dicho vapor, Le Roi des Belges, será el que conduzca a Korzeniowski a la profundidad de la selva; y será, de igual modo, el que lo devuelva ya transfigurado por cuanto ha visto. Pero, ¿qué es lo que ha presenciado el futuro Conrad, el literario Marlow, en el interior del Congo? ¿Qué tipo de sevicias, de crueldades sin nombre, de ritos arcanos, ha contemplado el capitán Korzeniowski para que extinga su contrato apresuradamente y regrese a la Civilización; vale decir, regrese a Londres? En las primeras páginas de The heart of darkness ya se refiere el modo brutal en que la población nativa perece y sufre el esclavismo. Sin embargo, no es esta brutalidad infligida a los congoleños, en cantidad y grado inconcebibles (y de la que era responsable Leopoldo II, rey de los belgas); no es esta escalofriante mortandad la que promueve, en última instancia, las páginas de este relato. Lo que instiga la redacción de El corazón de las tinieblas es una viva repugnancia de orden moral, y que no es sólo aplicable al colono europeo, sino a las tribus que habitan el interior del país, y cuyos hábitos alimenticios, cuyos ritos de sangre, llevarán el horror al corazón del europeo Korzenioswki.

Se infiere de esta repugnancia un triple malentendido sobre cuya revelación ulterior se cimentará el horror que sobrecoge al protagonista. Un primer equívoco hace referencia a la benéfica labor colonial que Korzenioswki atribuía al imperio belga, y que de inmediato se le mostrará como falsa. No hay en el Congo una voluntad de educar a los nativos en la moral y las costumbres europeas. Con espantosa evidencia, Conrad comprueba que es una ordenada sed de lucro la que articula la exploración de aquellas tierras. Un segundo error es la creencia, muy arraigada en Conrad/Marlow, de que la Civilización, como tal, queda suspendida ante el influjo maléfico de la Naturaleza. Y es debido a esta suspensión, a este ensalmo, a esta ceguera sobrevenida, por la que los hombres del Viejo Continente, al contacto con el Congo, devienen ardorosos matarifes. Un tercer malentendido, asociado al anterior, es que la Naturaleza es una suerte de divinidad maléfica cuyo poder acecha en la intimidad de la selva, como una suerte de bestia primordial, y contra la que la civilización no sabe protegerse.

De esta triple mirada sobre el Congo Conrad extraerá, no una culpabilidad de la Civilización (de aquello que la Sociedad Anónima Belga para el Alto Congo llamaba Civilización), sino su exculpación inmediata. Y ello por una razón obvia: cuanto se escenifica en El corazón de las tinieblas, cuanto se sospecha en este breve curso fluvial hacia una oscuridad indecible -una oscuridad donde aguardan la hechicería, la sangre y la barbari-- es una lenta disipación de la cultura, que se volatiza paulatinamente, inmergiéndose luego en una voracidad primigenia. Ése es el papel que representa Kurtz en este juego ideológico de escamoteo. Kurtz es el hombre excepcional que, sin embargo, ha sido tragado por la selva. Por eso es importante que Kurtz sea, de algún modo, un hombre prominente, cercano a la figura del poeta o del conductor de masas. Incluso él sucumbirá a ese hechizo de lo prehistórico. Pero es él y sólo él, dada su preemiencia, quien comprende la profundidad teológica, la ineludible caída, el radical mandato que ha obrado la selva sobre su conciencia.

Pudiera pensarse, pues, que es este peso, ese influjo preternatural, paralelo al de Lovecraft, el que llena de pesadumbre las páginas de The heart of darkness. No es así, sin embargo. Ese paso es, sin duda, un paso necesario hacia un problema religioso que Conrad no quiere o no sabe expresar (o más grave aún, un problema que Conrad no se atreve, tal vez, a confesarse). A pesar de ello, no cabe dudar de cuanto se dice en sus páginas a cerca de esa condición maléfica y sagrada que Conrad atribuye a la selva. Cuando Conrad describe a la feroz hechicera que acompaña a Kurt, Marlow dice que "la selva inmensa, el cuerpo colosal de la fecunda y misteriosa vida parecía mirarla, pensativa, como si contemplara la imagen de su propia alma tenebrosa y apasionada". Se trata, pues, de la personificación de una entidad mayor y abominable. Pero se trata, principalmente, de una aciaga evidencia: en el siglo de la muerte de los dioses (Nietzsche lo ha dicho), la única huella de lo sagrado, el único vestigio de lo trascendente que encuentra Conrad/Korzeniowski es una prefiguración del Mal, es una monstruosa epifanía de lo verde.

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