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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

LA semana pasada se daba a conocer otra encuesta, en esta ocasión encargada por la Cepes, en la que también se pronosticaba un posible triunfo del PP en las próximas elecciones autonómicas. En este caso, el diferencial a favor de los populares, con respecto al PSOE, era de seis décimas, es decir, un punto menos que lo que daba el sondeo del IESA hace un mes. El pasado miércoles, la encuesta del Estudio General de Opinión en Andalucía, realizada por la Universidad de Granada, colocaba al PP a sólo 1,3 puntos del PSOE.

Es evidente que en este nuevo escenario político ha influido en gran manera la percepción generalizada de la crisis que estamos viviendo en España -también en el resto de Europa, pero de otra manera- y de la escasa fiabilidad, cuando no desconcierto, que producen las medidas que va anunciado, a salto de mata y con evidentes contradicciones, el Gobierno de España. O sea, Rodríguez Zapatero. Y el PSOE de Andalucía, con una tasa de paro superior al resto del país, no podía permanecer a cubierto del chaparrón que está cayendo.

Es cierto que Griñán -hay que tener en cuenta que sólo lleva meses como presidente de la Junta- no ha sufrido el mismo desgaste que Zapatero. Además, la preparación de su congreso y los cambios que se suponen en su Gobierno, después del cónclave partidista, del que saldrá como líder único, le conceden, por ahora, un crédito a corto plazo al que él y su partido tendrán que responder con intereses. El primer vencimiento va a estar en las municipales del año que viene.

En el lado contrario, estos casi inéditos aires de victoria impulsan las alas del PP, y Arenas, más que nunca, multiplica esfuerzos por toda Andalucía, intentando proyectar esa nueva imagen de partido ganador. Por supuesto que hace bien en aprovechar los vientos favorables -bastante ha soportado los desfavorables-, pero hay algo que no puede olvidar, y digo olvidar, porque me consta que lo sabe muy bien, y es que hay todavía una gran mayoría de andaluces con el corazón en la izquierda. Y contra los sentimientos arraigados se estrellan, como ya se ha demostrado, los argumentos más convincentes. Como ejemplo, tenemos la campaña y las elecciones del 96, en las que el personal votó más a favor de lo que le gustaba que de lo que le convenía. Y estaba en su perfecto derecho.

En política, la capacidad de llegar al corazón es decisiva, como en la vida. Y Arenas tiene el reto, una vez más, de acompasar su latido al de los andaluces. Es cuestión de cabeza y de corazón.

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