VEO y escucho a Rosa María Calaf desde la que es primera visita oficial de la prensa a la Villa Olímpica de Pekín, y compruebo lo que es gozar haciendo una crónica. Oigo la voz característica de la Calaf, y sus frases yuxtapuestas, y esa queja entre líneas a propósito de la imposibilidad de realizar preguntas en esta presentación del comité olímpico chino a los medios, y después la veo radiante en su intervención a cámara, y me transmite ilusión a raudales. Entre tantos actos conmemorativos del Día de la Mujer Trabajadora, me gusta ver a la Calaf y constatar que a esta periodista no hay quien la jubile, porque el verdadero júbilo jubiloso para ella no es el que llega con la jubilación, con el descanso, sino el contrario. El de la misión cumplida, el de la vida consagrada a una vocación. El de la vida con sentido. Cuando una profesional tiene la suerte de dedicarse a lo que realmente le gusta, ¿cómo va a jubilarse? Administrativa y burocráticamente puede hacerlo, pero en sus entretelas seguirá la llama encendida.

Todo apunta que como el resto de compañeros de su edad, a la Calaf le quedan cien Telediarios.´Doscientos como mucho. No importa. La Calaf seguirá siendo la Calaf esté donde esté. Genio y figura. Desde un atril, impartiendo conferencias. Desde las páginas de un libro, contando sus viajes. Desde una tertulia radiofónica. Las voces de las comunicadoras que lo son de verdad nunca se apagan. Ahí están mujeres como Rosa María Mateo o Mercedes Milá ejerciendo de ellas mismas, muy por encima del cometido que desempeñan, el medio en el que desarrollen sus funciones. Ahí están artistas como Raffaella Carrá, que vuelve este fin de semana a Madrid como maestra de ceremonias de Salvemos Eurovisión', con la misma energía que derrochaba hace 33 años. Gozando para que gocemos con ellas.

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