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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Calor en Copenhague

Se ha actuado con la misma saña 'sombricida' tanto en el arranque de árboles como en el gusto por el cemento

Cualquiera que haya nacido o viva en Sevilla sabe que por aquí los veranos son, desde siempre, para salir corriendo y que los que no pueden permitirse otro lujo lo combaten a fuerza de agua y sombra. Tan claro lo tenían nuestros antepasados que hicieron una ciudad de calles estrechas, muchos árboles y fuentes allí donde se podía. Por si el hecho de vivir en el valle de Guadalquivir no fuera suficiente, llevamos ya un par de décadas, por lo menos, en las que la cosa va a peor y tenemos algo más que la sensación de que el cambio climático se está cebando con nosotros. Nos toca aguantar frecuentes episodios de calor extremo que, además, empiezan antes y se van más tarde. Lo que está pasando este fin de semana, cuando todavía el verano astronómico ni ha empezado, es lo que nos espera, como hemos señalado reiteradamente en nuestras páginas gracias a los diversos reportajes realizados, termómetro en ristre, con la colaboración del mayor experto sevillano en la materia, el catedrático de Ecología Enrique Figueroa.

¿Cómo hemos reaccionado ante la constatación de que cada vez se va a tener que soportar más calor? No hay que ser un lince para acertar con la respuesta: como si estuviésemos en Copenhague o en Helsinki. Precisamente las dos décadas en las que más se ha notado el fenómeno han sido en las que nuestros responsables municipales han atacado con más saña las sombras y han mostrado su predilección por los espacios abiertos en los que no se atreven a adentrarse a partir de mayo ni las lagartijas. Se ha actuado con la misma saña sombricida tanto en el arranque de árboles como en el gusto por las grandes superficies de cemento, de esas que siguen emitiendo a las tres de la madrugada el calor que han acumulado durante el día.

Los ejemplos, como sabe cualquier sevillano que tenga que patearse su ciudad, forman una lista que ocuparía varios artículos. De la Avenida a Marqués de Contadero, de Almirante Lobo a la estación de Cádiz, de Santa Justa hasta al barrio de la ciudad que ustedes les pille más cerca, se ha actuado -y esto implica tanto a ayuntamientos socialistas como populares- con eficacia danesa a la hora de quitarnos de encima de los árboles grandes y sustituirlos por naranjitos canijos y de poner cemento, mucho cemento, como si el albero estuviese prohibido.

¿Por qué se ha actuado así? No busquen explicaciones demasiado complejas. Creo que es mucho más simple: somos una ciudad cada vez más cateta y que desprecia lo que le ha dado personalidad durante siglos. Quizás nadie tenga la culpa, aunque más de uno, y pongan ustedes el nombre que juzguen oportuno, debería irse andando esta tarde a las tres desde el Arquillo a la Plaza de Cuba. Para que aprenda.

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