Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Cambio de caballo

Si al frente del PP no estuviera alguien tan peculiar como Rajoy se podría hablar ya del fin de ciclo del partido

Cada vez hay más datos en el panorama que hacen pensar que la derecha española parece dispuesta a cambiar de caballo: el PP deja de ser su referencia política y Ciudadanos ensancha su espacio y suma apoyos. No nos referimos sólo a la derecha sociológica, ese magma de clases medias con una tendencia conservadora y que huye de cualquier atisbo de radicalidad. Hablamos sobre todo de la derecha económica, la que desde las grandes empresas cotizadas, desde la banca y desde los círculos tradicionales de poder es capaz de mandar en un país y permear a su opinión pública. El cerco de la corrupción, que cada día estrecha más su soga en torno al inquilino de La Moncloa, es sólo uno de los condicionantes de la situación. El centro del problema es la imagen de desgaste que transmite la que hasta hace bien poco era la única fuerza capaz de representar a millones de españoles de pensamiento tan diverso como el que va de la derecha a orillas del sistema hasta un centro progresista fronterizo con la socialdemocracia. Un partido, además, que supo lidiar con la crisis económica más complicada de nuestra historia reciente y que, mal que bien, ha contenido por ahora el pulso más serio que se le ha echado a la unidad nacional en casi cien años. La fórmula parece agotada y así lo reflejan las encuestas. Si al frente del PP no estuviera una personalidad tan peculiar como la de Mariano Rajoy, capaz de flotar en las situaciones más inverosímiles, eliminar rivales internos y externos con habilidad y de reinventarse las veces que haga falta, no sería muy arriesgado pronosticar el fin del ciclo del PP y escribir su necrológica.

Sobre todo porque ahora hay una alternativa clara: un partido que llega inmaculado, sin haber cometido errores porque no ha tenido oportunidad y con un discurso facilón que tan pronto se acerca al populismo como al nacionalismo españolista más exacerbado. Si Albert Rivera no se equivoca demasiado tiene abierta delante de sí una autopista por la que circular sin grandes atascos. Pero corre riesgos evidentes derivados de querer ir demasiado deprisa. Su última explosión de patriotismo cívico haciendo una mala copia de Obama es, por ahora, la última constatación de que en la situación en que está Rivera muchas veces no cometer errores es más importante que acertar. Y si es por Rajoy, tendrá todo el tiempo del mundo para equivocarse. Dos años, por lo menos.

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