LA decisión del rector de la Universidad Hispalense, Joaquín Luque, de no concurrir a las próximas elecciones para elegir al máximo responsable de esta institución académica abre un nuevo ciclo en la vida de esta entidad con cinco siglos de historia. La marcha de Luque, que técnicamente no es una dimisión, sino una especie de renuncia por anticipado, constituye un episodio sorprendente por cuanto el todavía rector controlaba el órgano de gobierno que debía ratificarle (el claustro) y la comunidad universitaria daba por descontado que sus aspiraciones pasaban por continuar en el cargo. Sin embargo, ha preferido dar un paso atrás, aunque cediendo el relevo, a la espera del resultado de las elecciones, a su sucesor natural, Antonio Ramírez de Arellano, vicerrector de Infraestructuras, que ya se ha postulado como candidato. A pesar de que la versión oficial desvincula la marcha de Luque de los resultados de su gestión al frente de la institución, lo cierto es que su renuncia no puede desligarse de un caso que resultó ser catastrófico para la ciudad, para su imagen y, lo que es más grave, para la propia institución: el rotundo fracaso del proyecto de construcción de la Biblioteca del Prado de San Sebastián. El edificio de la arquitecta Zaha Hadid, cuyas obras fueron suspendidas por una sentencia judicial, fue una de las apuestas personales de Luque. Tanto, que no dudó en eximir al Ayuntamiento, verdadero inductor de que la construcción se instalarla en una zona verde, de cualquier responsabilidad económica si la iniciativa, como al final sucedió, fracasaba. Pese a que su gestión ha sido exitosa en asuntos como el desarrollo del plan de infraestructuras académicas, la implantación del Plan Bolonia (adaptación de los títulos al marco europeo) o la consecución del campus de Excelencia Internacional Andalucía Tech, el lastre político de la Biblioteca era demasiado pesado como para poder optar de nuevo a la reelección. Un error que, sin invalidar su trabajo, sí hacía más que conveniente pasar página.