Cambio de sentido

Carmen Camacho

Cambio de hora

Alas 3 son las 2: "Si vais a cambiar de hora en grupo, ya podéis daros la mano. ¡No rompáis el círculo!", bromea el director de cine Rodrigo Cortés. No me digan que no sería estupendo que atrasar el reloj nos permitiera viajar en el tiempo, regresar al pasado, aunque sólo sea una horita. ¡Ay, si yo hubiera tenido el sábado de madrugada la opción de volver 60 minutos atrás para decir "te invito a casa" donde dije "ya nos vemos si eso otro día"! Pero, qué pena, el cambio de hora no es más que un triste jet lag de bolsillo, una jibarización de la tarde, una cerveza antes en el gaznate del crápula. Con el sol al pairo, en Sevilla gastamos la misma hora que en Berlín, bailamos al son de los cambios horarios que prescribe la Unión Europea y mantenemos el horario españolísimo de trabajo y comidas: somos carne de ojera. Me declaro partidaria de quienes proponen que nos pasemos el huso por el meridiano de Greenwich; partidaria -para liarla ya del todo parda- hasta del independentismo horario de Baleares y Valencia; afín -si me aprietan- de las horas de la Antigua Roma, tan circadianas ellas, magníficas, casi bergsonianas, más cortas o largas según la época del año.

Dispuesta a jugar no sólo con la polisemia sino con la complejidad del concepto tiempo, releo en estos días a María Zambrano y su idea de la multiplicidad de los tiempos: habitamos la vigilia con su pasado, presente y futuro, también el no-tiempo de los sueños y el grandísimo tiempo creador. Pensando a propósito, cabe corroborar que "nos leemos" en un tiempo que tiene ritmo y discontinuidad. De sobra es sabido que hay marcas, etapas, épocas, momentos definitivos de la vida o de la historia. Tras este tiempo político, no sé si muerto pero sí poco edificante, los afines al "más vale malo conocido" ya pueden dormir tranquilos: en España este cambio de hora no augura precisamente nuevos tiempos, ni siquiera mejores.

"Somos el tiempo que nos queda", bien lo sabe Caballero Bonald. Macabro, el reloj de cuco se ríe, hoy especialmente, al cumplirse otra hora. Mientras nos queden horas, mientras podamos poner crisantemos al pie de nuestros muertos y ofrecer una vara de nardo nupcial a los vivos, mientras el cabal y la filósofa sigan pidiendo "tiempo al tiempo", nos atañe a los mortales procurar y pasar en este mundo a mejor vida. Con la hora portuguesa en mi reloj, les saludo desde el filo ibérico y atlántico del mapa, donde sopla el tiempo, otoñal y despacioso, del Alentejo.

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