La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Carmona y la muerte anunciada

La libertad de un sujeto de estas características es una amenaza para los ciudadanos. En este caso, mortal

Millones de bocas han hablado por la del alcalde de Carmona: "Nadie entiende como estaba en la calle alguien con más de cien antecedentes". Sólo se equivoca en lo de nadie; porque hay quienes no sólo lo entienden sino que lo hacen posible: los que redactan, aprueban, ponen en práctica e interpretan las leyes. Es decir las Cortes, el Gobierno y los jueces y magistrados en los que residen los poderes legislativo, ejecutivo y judicial del Estado. Hay un evidente divorcio entre los políticos a la hora de legislar -estamos viviendo la disputa de la prisión permanente revisable- y entre ellos y los ciudadanos que sufren las consecuencias de lo que tal vez por mala conciencia posfranquista ha conducido a exageraciones garantistas y biempensantes que incurren en esa sobreactuación en la demostración de la pureza de sangre (en este caso democrática) a la que se llama la fe del converso. ¿O no les sorprendió la información del compañero Fernando Pérez Ávila: cuando el tipo fue localizado en el domicilio de su madre, armado, arrojando un cóctel molotov y amenazando con hacer saltar la vivienda por los aires, lo que obligó a desalojar a los vecinos a las cuatro de la madrugada, "los guardias civiles se vieron obligados a esperar toda la noche porque la juez de Guardia no dio la orden de entrada en la vivienda de la madre del sospechoso, (…) emplazando a los agentes a las doce del mediodía para que ella estuviera presente durante la detención".

No nos corresponde a los ciudadanos decidir qué se debe hacer con un individuo que tras más de cien detenciones y haber pasado por la cárcel no se ha rehabilitado ni quiere hacerlo, sino a quienes tienen autoridad para actuar. Lo que está claro es que la libertad de un sujeto de estas características es una amenaza para los ciudadanos. En este caso, por desgracia, mortal.

Se empezará ahora con la tarara sentimental de si es o no una víctima social, cuando aquí la única víctima que hay es el comerciante chino al que degolló para robar una litrona. Se entonará también la canción de que no hay legislar en caliente, ni prestar atención al clamor de la calle que expresa el miedo y la indignación de los ciudadanos, a los que la élite biempensante, que casualmente nunca suele vivir donde se produce el mayor número de conflictos, trata de pelotón de linchamiento librada a sus vengativos instintos primarios. Y seguiremos igual.

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