LA dimisión del concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla, Emilio Carrillo, forma parte de la estrategia ideada por el PSOE provincial para ejecutar la voladura controlada de Alfredo Sánchez Monteseirín como alcalde de la ciudad.

A ver. Carrillo, el verso suelto del gobierno municipal socialista, ya no está tan suelto. El secretario general, José Antonio Viera, que forzó su inclusión en la nueva ejecutiva regional del partido -de la que fue apartado precisamente Monteseirín-, lo considera el relevo natural del alcalde: está en la edad, lleva nueve años con responsabilidades en el Ayuntamiento, su gestión ha sido brillante en ocasiones, tiene buena -aunque escasa- imagen y se ha alineado con el propio Viera en la última disputa interna.

Cuando llegue septiembre todo será maravilloso, o no, pero la dirección del PSOE sevillano abrirá el "proceso de reflexión" sobre el ayuntamiento de la capital prometido en el reciente congreso. La reflexión está más que hecha y sólo falta comunicársela al destinatario, que es el actual alcalde. Probablemente una encuesta muy oportuna certificará que Sánchez Monteseirín continúa sin levantar entusiasmo entre los ciudadanos y que existe serio peligro de que, si sigue, hará perder la Alcaldía a los socialistas. Bueno, las últimas elecciones municipales las perdió de hecho frente a un candidato semidesconocido del PP y tuvo que reeditar el pacto con IU para mantenerse en el poder. Perder las elecciones después de estar ocho años controlando todos los resortes desde la Alcaldía es un mal bagaje. Tener a la mayoría del partido descontenta con la gestión es ya definitivo.

Miento: definitivo no hay nada en política. Con Emilio Carrillo en la recámara -ha conservado su acta de concejal-, todo conspira para la caída de Sánchez Monteseirín. Pero todavía no está el pescado vendido, ni mucho menos. La ejecutiva provincial aún tiene que convencer a Manuel Chaves y al PSOE federal (Sevilla es la cuarta o quinta ciudad de España, no estamos hablando de un poblacho en crisis) de la necesidad del relevo, y eso, a su vez, requiere el convencimiento de que el relevista es el hombre adecuado, la oportunidad de acometerlo en esta primera parte del mandato y no al final... y el consenso del relevado, solamente factible si se le abre una salida airosa, es decir, un puesto con proyección que le permita dimitir él mismo en aras de una trayectoria política en alza. Lo peor que le puede ocurrir a los socialistas sevillanos es que Monteseirín se resista a dejar el sillón y haya que echarlo.

No crean que son condiciones de fácil cumplimiento. Los partidos son complejos instrumentos de poder en los que los conflictos se resisten a ser resueltos con las simplistas "dos patadas".

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