Opinión

Jabo H. Pizarroso

Carta de un etarra

SOY un tipo al que ya no le llaman Carlos, y al que le llaman Txeroki o Artapalo. Tengo 30 años. Me gusta el monte. Me pone escuchar una txalaparta en medio del valle del Baztan bendiciendo la danza de los muertos. No sé ni quién es Oteiza ni tampoco quién es Mikel Laboa. Desconozco lo que quiere hacer Kepa Junkera con su música y tampoco tengo mucha idea de hasta donde puede llegar Loquillo con sus versos de Atxaga rimados y cantados. Hablo con los míos y tengo un odio concentrado contra los españoles, personas o grupo de personas a los que desconozco. Sólo sé que hacen daño a mi país, Euskal Herria. Y por él cojo una pistola y mato a un tipo que sale de un restaurante, le meto dos tiros en la cabeza y acabo con él. Así hago mi país. Soy como Peixoto, "hace falta más sangre y más tiempo para construir un país". Reconozco que he sido bolchevique sin saberlo. Y que la ponencia Oldartzen de los años 90 me la he metido en vena como un yonqui cualquiera tirado en una esquina de una calle de Galdácano. "Este país no sufre ninguna agresión, hagamos ver a la gente que es agredido por todos los flancos y quememos semanalmente sus autobuses, sus cajeros y acabemos con sus más representativos líderes, solo así demostraremos que estamos ocupados". Pero no siento esa ocupación. La provoco con mis tiros en la nuca. Y al provocarla esa ocupación la hago real. Deliro pero delirando hago de la ficción una realidad táctil.

Creo sinceramente que con mi labor voy a conseguir la libertad del País Vasco y también voy a conseguir que las provincias francesas, Iparralde y Navarra se unan a un estado soberano vasco. Pero no sé qué es la libertad porque no he leído el Hombre rebelde de Albert Camus ni tampoco a Hanah Arendt. Y mi única arma son las armas. Y cuando me dicen que he matado a alguien que tiene hijos o mujer y que deja en la estacada a su gente, miro para otro lado. En mi ordenador tengo el anagrama de ETA. Y me tocan los cojones las flaquezas. Lizarra, las dos últimas negociaciones, los mamoneos del Otegi en un caserío con Eguiguren. Todos son unos traidores. Tarde o temprano tendrán su merecido.

Dejémomos de Zutabes y de asambleas y de discrepar políticamente. Pertur y Yoyes son el ejemplo. Ese no es el camino. Así les ha ido. Y cuando llego a una herriko taberna encuentro mi gueto y procuro tener relaciones solo con mi gente para que no me contamine nadie. Hace tiempo fui a Cádiz y vi un amanecer al lado de Vejer de la Frontera, pero eso no tiene nada que ver con los amaneceres de las playas de Guipúzcoa o de las playas de Vizcaya. No he leído a Baroja y no he pensado en la frase de el nacionalismo se cura viajando.

He visto el puerto de Elosua embriagado de niebla y he bajado hasta Azpeitia y me he cargado a un tipo que era un empresario. Y le he metido dos tiros en la cabeza. Y como hicimos con el pobre Gregorio Ordóñez que hasta le dejamos escribir sus artículos en el Egin, me he sentido bien, ni fu ni fa, he hecho lo que tenía que hacer. Mi vida, lo sé, está comprometida. Duraré hasta que me detengan. Cuando lo hagan diré que me han torturado. Y si la edad me da tregua saldré de la cárcel como un héroe. Tengo miedo de una cosa: de los talibanes y los terroristas islámicos. Ellos nos superan, Y el miedo es envidia a veces. Cada disparo va a ser un trozo de tela del sillón en el que me sentaré. Y se que no voy a ser diseñador gráfico, ni ferretero, ni fontanero ni profesor de universidad. Y que eso es lo que necesitaba mi país. He sido un pistolero y eso es lo que me deben. Pero lo que mas me jode es que un día me voy a mirar al espejo y voy a ver todos los rostros de las personas que he asesinado y por decencia y dignidad voy a tener que matarme, y en ese momento los entes País Vasco y España serán una mierda porque será mi vida contra las vidas que he roto y acabaré conmigo, pero lo más jodido de todo es que aun acabando conmigo no conseguiré dar vida a todas las personas que han matado mis manos y por eso, desde ahora me siento como el peor animal de la tierra.

Y eso no tiene salida ni perdón. Ni siquiera los frailes de las asambleas de los 70 me avalarán una confesión que deje mi alma tranquila. Y la historia no me absolverá. Y los hijos de los tipos que maté me perdonarán algún día y esa es la culpa más terrible que llevarán las ruinas de mi cuerpo a un País Vasco que será normal, y en el que nadie se levantará por la mañana con el miedo en el cuerpo.

Espero que no difundan esto. Aunque si lo hacen, yo ya estaré muerto del todo, porque lo estoy desde el momento en el que he matado.

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