sueños esféricos

Juan Antonio Solís /

Cemento y cementerios

Entre precios altos y baile de horarios incómodos, la gente se está yendo poco a poco de los estadios españoles

HACE poco, una buena amiga acudió al estadio del Hannover a ver un partido de la Bundesliga. Apenas le interesa el fútbol, pero fue movida por la curiosidad y por pasar un buen rato. Y disfrutó del gran ambiente. El campeonato germano asegura esa levadura que fermentó hace más de un siglo para que el fútbol tomara la altura que tomó: la pasión que emana de la grada.

Da gusto ver los encuentros del fútbol teutón. Y da una envidia que no nace tanto por la excelencia de su fútbol, como por la plenitud de la puesta en escena. Ellos no sufren la crisis como nosotros y tienen una renta per cápita muy superior, es cierto. Pero es que, para más inri, el precio medio de una entrada en la Liga BBVA supera los 50 euros, mientras apenas llega a los 30 en el país que marca la pauta de la Unión Europea.

Hoy, el Betis jugará en el muy inhóspito Alfonso Pérez a las muy inhóspitas nueve y media de la noche de un lunes, que además se anuncia inhóspito según los partes meteorológicos. Resonarán las voces de los futbolistas y entrenadores. Es probable que azules y verdiblancos destilen fútbol de más quilates que en un Augsburgo-Hoffenheim, pero la emoción de los lances del segundo partido parecería mucha más emoción que la que depare el partido de hoy. ¿O no?

El pasado jueves, en la semivacía grada de Nervión reinó mucho tiempo el silencio. Ganaba el Sevilla 1-0, los Biris sólo se dejaban oír contra Del Nido y el resto de la afición reaccionó de verdad cuando empató el Espanyol. El partido copero fue en jornada festiva y no pagaban los socios. Ni por eso hubo ambiente. Algo tendrá que ver en esa fría respuesta de público el baile de horarios, pero lo único cierto es que ese 1 de noviembre, día de Todos los Santos, más animación que el Ramón Sánchez-Pizjuán registró el mismísimo cementerio de San Fernando.

A la LFP le importa poco que la gente se esté yendo de los estadios. Cree que el negocio no está en la grada. Pero allí, sólo allí, radica el alma del juego. Y como la maten...

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