Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Cemento

La Sevilla que le dejamos a nuestros hijos es una ciudad más fea y cateta que la que recibimos

La Sevilla que le estamos dejando a nuestros hijos es una ciudad más fea, más cateta y peor conformada que la que heredamos de nuestros padres. No es una afirmación que surja de un afán quejumbroso o de una insatisfacción permanente. Es una simple constatación de cuántas cosas hemos estropeado en los últimos años y de cómo hemos degradado nuestro tejido urbano y, por lo tanto, también el social. Si vieron ayer el reportaje que publicamos en este periódico sobre el nuevo y desolado aspecto del Paseo del Alcalde Marqués del Contadero comprenderán mejor lo que queremos decir. Una obra en una zona emblemática, junto al río, que debe actuar como centro de atracción para que locales y visitantes disfruten de uno de los lugares clave del paisaje de Sevilla -de su skyline, que dirían los cursis- se resuelve mal, cuesta más dinero del que debía, ser eterniza en sus plazos y da como resultado un pastiche que empeora lo que había antes. La orilla del Guadalquivir, en su tramo de más cercano a la Torre del Oro, es hoy un erial de cemento, sin una mala sombra en la que resguardarse del calor que padeceremos durante los próximos cinco o seis meses y en la que apetece cualquier cosa menos pasear.

El problema es que Marqués del Contadero no es una excepción, sino que se aproxima mucho a lo que Sevilla ha convertido en regla. Emparenta directamente con la solución que se le dio en su día a la Avenida de la Constitución o a la Alameda de Hércules y tantos otros sitios tanto del casco histórico como del cualquier otro barrio de Sevilla.

¿Por qué este afán autodestructor que parece que se ha adueñado de Sevilla? No creo que nadie tenga una respuesta fácil para ello y echarle la culpa en exclusiva a las autoridades que en las últimas décadas han ocupado las instituciones locales es demasiado simplista. Pero si le echa un vistazo a la ciudad en la que vive, sobre todo a su recinto monumental e histórico, comprobará que hace sólo unos años no se daban algunas de las cosas que hoy son consustanciales a Sevilla: desde el desprecio por los árboles y la sombra en la capital del calor, hasta la desaparición del comercio y la hostelería tradicional, pasando por el empantanamiento de proyectos que deberían tener a toda la ciudad detrás, como la rehabilitación de las Atarazanas o la reforma del Museo de Bellas Artes, por citar sólo lo que más claman al cielo.

El problema es que ni hemos tenido ni tenemos un proyecto de qué queremos que sea la ciudad. Nadie parece saber hacia dónde debe caminar Sevilla más allá de algunas obviedades y tópicos como el que nos condena a vivir sobre todo del turismo. Si fuera así nos estaríamos un día sí y otro también dilapidando patrimonio como lo estamos haciendo. Lo del modelo de ciudad puede sonar a entelequia, pero es algo que resulta fácil de comprender si se mira lo que se ha hecho en los últimos años en Bilbao, en Valencia, en Barcelona o, más cerca, en Málaga. Se trata, en definitiva, de tener clara una dirección y de que haya detrás un respaldo social que la impulse: objetivos claros y capacidad para sumar esfuerzos.

En Sevilla nos han faltado las dos cosas y el resultado lo tenemos delante de nuestros ojos. La pésima solución que se le ha dado a la reforma del Paseo Alcalde Marqués del Contadero es el último cromo, por ahora, de la colección de horrores de Sevilla. Pero hay razones para temer que vengan otros muchos en el futuro y que lo dejen pequeño. Por si acaso, mejor absténgase de visitarlo de aquí a octubre en horas en las que el sol no se haya ocultado totalmente por el Aljarafe. Se ahorrará una calorina y, de paso, la visión de un adefesio.

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