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Cambio de sentido

Centros de interpretación

Reclamo ¡ya! un Centro de Interpretación de las Rotondas de Andalucía, de sus esculturas y exornos

El guiso que llaman sobrehúsa se come ahora, como los caracoles, pues es tiempo de habas verdes, y en cualquier tiesto crece el culantro. Lirios, amapolas, margaritas achican el carril. Salta un conejo. Aquello de allí es trigo salvaje; aquello, avena loca; ¿y aquellos?: zumaques para las curtidurías. Aquí hay tantísimas moreras desde los árabes, para la fábrica de la seda. Caz y acequia. El regador repone con gomas nuevas un antiquísimo circuito de riego, que pervive por su eficiencia. El portón está cuajado de rosas, huele a gloria. Un águila -las alas extendidas- se sostiene quieta contra el viento, inmutable en el cielo: contemplarla es, en sí, una lección de filosofía y vida. Toda primavera es la primera, aunque la de este año nos lo parece aún más. He aquí su exultante actualidad, muy por encima de las intenciones de voto, las encuestas, la construcción mediática de la Realidad.

Ya en la ciudad, me estreno en el metro de Granada. Raudos, por el túnel de piedra vista, el poeta Luis Melgarejo y yo nos sobrecogemos, tan callando, al pensar por un momento en qué y quiénes habitaron hace siglos aquel estrato del terreno. En el autobús (carretera y manta), pienso en cuántas autopistas han sido construidas sobre las antiguas calzadas romanas. Desde su último libro, Mary Beard, catedrática de Clásicas y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, pone en evidencia cómo desde el mundo clásico hasta hoy pervive un patrón cultural que funciona para despojar de poder a las mujeres. En Málaga, el amigo me abre unas mandarinas y me las ofrece mientras me cuenta del sentido y la fiesta de los verdiales. Es tiempo de cachorreñas.

Desde hace décadas, proliferan en España -quizá como una elongación del llamado turismo cultural (disculpen el oxímoron)- los llamados centros de interpretación. Los hay de todo tipo: del aceite, del hórreo, del tren, de los patios de Córdoba, de las caras de Bélmez, de Semana Santa… ¿Dónde hemos estado todo este tiempo para perdernos tanto? No lo digo ya por sentir que estamos perdiendo las referencias culturales para leer las señales de la naturaleza o ciertos símbolos, sino ante todo por olvidar que no hay mayor centro de interpretación que las gentes mismas, que nuestros mayores, que los libros, que el campo y la calle, que la mirada atónita, que lo que una va viviendo. [Dicho lo dicho, me desdigo y reclamo ¡ya! un Centro de Interpretación de las Rotondas de Andalucía, de sus esculturas y exornos. Inexplicables].

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