Llegó el día, con permiso de la autoridad y si se llega al quórum exigible va a celebrarse la Junta de accionistas más inoportuna que recogen los anales de nuestro fútbol. Un capricho que no viene a cuento y con la amenaza latente de que por qué dentro de seis meses no va a producirse otra convocatoria. Tras un mes largo de despropósitos, la batalla electoral toca a su fin para bien del Betis y de sus circunstancias, que son muchas y variopintas.

Si se cubre el porcentaje mínimo para que pueda celebrarse, hoy debe dársele carpetazo a este desafortunado episodio en la vida del Real Betis Balompié. Para bien o para mal, esta noche debería ponérsele punto final a un contencioso tan gratuito como incomprensible. Gane Haro o gane Salas, un nuevo amanecer debe impulsar la vida del club y en el que han de orillarse esos cainismos tan perniciosos y tan difíciles de entender en gente afín, o presuntamente afín.

Desde antes de que sonaran las cornetas y los tambores, que fue cuando Salas dijo lo que dijo, han sido muchos los desencuentros y pocos los momentos de agradecer por el bético de verdad, ese que sólo quiere que gane el Betis. Lugar éste en el que uno tenía situado a Rafael Salas antes de que diese este paso tan a contraestilo y tan contraproducente para el día a día de un club sumido una vez más en una de las muchas travesías del desierto que jalonan su historia centenaria.

No podrá estar quejoso Salas del trato recibido de esa facción que se denomina pomposamente como prensa independiente en clara agresión a la que opina distinto. No sé cuántas veces, la foto de Salas a tres columnas ha aparecido estos días mientras se denostaba o ponía en cuarentena cuanto gesta su rival. Hoy se acaba todo y, gane quien gane, ahí debería acabar todo este conglomerado de tribulaciones que atribula la vida del, por siempre y para siempre, Real Betis Balompié.