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la tribuna

Luis Raya Sánchez

Chamanes del siglo XXI

QUIÉN no se ha sentido fascinado alguna vez por la figura del chamán? ¿Qué mente mínimamente inquieta no se ha dejado interesar por el embrujo tribal?

Durante siglos, desde las culturas occidentales, se ha venido mirando con interés creciente las llamativas características de los grupos humanos más ancestrales y de las zonas más recónditas de la Tierra. Muchos son los investigadores que, durante décadas, han estudiado las particularidades de quienes antiguamente poblaron nuestro planeta.

Algunos lugares del mundo son, aún, ecosistemas ricos en grupos humanos cuyas costumbres y repertorios culturales se mantienen prácticamente intactos y que, por ello, constituyen un nicho antropológico perfecto. Uno de los etos a los que me vengo a referir es la chamanería, aunque la terminología varía ampliamente dependiendo de la ubicación geográfica o del grupo humano de que hablemos. Sin embargo, y más que nunca en el siglo actual, no es necesario viajar a lugares lejanos para observar a sacerdotes futuristas, conocedores exclusivos del verdadero e intrincado funcionamiento del universo.

¿No resulta curioso, pues, convivir hoy día con personas, que, aunque beneficiarias de todos los servicios y tecnologías propios del siglo XXI, usuarios diarios de los más complejos sistemas de comunicación, practicantes de los avances científicos que mejoran sus vidas y las modernizan, recurran sin embargo a los servicios de quienes se dicen agraciados con los más inimaginables poderes y que hacen de ellos seres elegidos para mundos privilegiados, dimensiones paralelas y demás bravatas?

¿Cómo es posible que, a comienzos del siglo XXI, el fraude intelectual y pseudocientífico siga llenando las páginas de los periódicos y medios de comunicación? La homeopatía, el reiki, la numerología, las constelaciones familiares, la Gestalt, el psicoanálisis, etcétera, son prácticas que siguen siendo demandadas por una población cada vez más carente de valores y más ansiosa de explicaciones sobre lo que ocurre a su alrededor. En palabras de Alberto Mingo, el chamanismo "es un sistema intelectual y religioso que permite explicar el orden de las cosas y los acontecimientos que afectan al mismo, que justifica lo aleatorio e irreparable, que responde a las angustias y a los sufrimientos humanos y que entabla una alianza con la naturaleza […]".

No es de extrañar, por ello, que cada vez sea más habitual que cargos importantes en las instituciones de enseñanza universitaria sientan una enfermiza animadversión hacia el método científico y, además de evitarlo, lo demonicen y discriminen mediante la difamación y la falsedad, introduciendo una metodología más que dudosa. Como es el famoso caso del fabricante de libros de autoayuda Jorge Bucay, quien, para su último producto literario y sin mención en absoluto de su fuente, no dudó en copiar literalmente varios pasajes de un texto escrito por Mónica Cavallé, doctora en Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

Algunos antropólogos aseguran que el chamanismo fue, durante milenios, una herramienta de la que se servían los líderes de algunas tribus para perpetuar su credibilidad y convertirse en piezas clave de los grupos humanos a los que pertenecían. Además, los chamanes podrían haber convencido a los miembros de sus clanes, durante cientos de miles de años, de la certeza de sus poderes y de su capacidad para entablar contacto con el más allá como un repertorio adaptativo de conducta que les otorgaba derechos exclusivos y poder social, tratándose de una estrategia deliberada, más que de una verdadera y delirante convicción.

En la sociedad actual es posible ser un hombre de ciencia por la mañana y confiar intimidades sexuales de la infancia a un absoluto desconocido por la tarde. Cada vez hay más gente que se entrega desesperada al alquimista de turno convencida de que sus métodos son mucho más efectivos que la quimioterapia y los tratamientos paliativos, por ejemplo.

¡Ay de aquellos cuyo servilismo y fidelidad (francamente perrunos) hacia las pseudociencias les empuje a confiar en quienes aseguran conocer la naturaleza de la materia y lo inmaterial, así como de los engranajes del cosmos.

Que Dios les coja confesados…

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