EXPLOTÓ el bueno de Paco Chaparro en la rueda de prensa posterior a una nueva derrota del Betis, ésta frente al Valencia en la Copa del Rey, menos dolorosa que la anterior, la del derbi liguero frente al Sevilla en Nervión. También menos trascendente, pero sí igual de significativa ya que indica la tendencia destructiva de un equipo, el verdiblanco, que dura ya cerca de tres temporadas, justo desde que adornase las vitrinas de Heliópolis con un nuevo trofeo copero.

Explotó el bueno de Paco Chaparro y con razón, contra una afición que, a fuerza de mirar hacia todos los lados con los pañuelos, se ha olvidado que en juego está la permanencia del equipo en Primera División. Una misión que se la han encomendado por vía de urgencia, tal y como sucedió la temporada pasada en aquel agónico final en Santander, a un entrenador de la casa tras el fiasco Cúper. No hubo ningún reproche del técnico que no estuviera cargado de argumentos. A fin de cuentas, él es un hombre de aquí, uno de esos que aman el escudo y la camiseta independientemente de todo. Un hombre cuyo mayor honor es entrenar todos los días al equipo de su alma y sentarse todos los domingos en el banquillo para dirigir a su Betis. A él, no como a otros que vinieron para irse con la alforja llena, no le importa el dinero sino la gloria del club.

Por eso explotó Chaparro. Porque no entiende a esa gente que cuando vienen mal dadas resta en vez de sumar, divide en vez de multiplicar a un equipo lleno de béticos como él por los cuatro costados, a los que les duele ver la situación actual del club. Porque la Copa, en realidad, no importa. Porque lo que vale, y mucho, es la Liga. Porque es ahora cuando hay que dejar de lado las cuitas internas de cada uno y apiñarse en verde y blanco para salvar los muebles. Eso, y no otra cosa, es lo que pidió el pasado miércoles el corajudo y honesto Paco Chaparro.