PARECÍA que Lopera tenía la pretensión de enrocarse en su castillete del Fontanal y recibía a Chaparro amparado en su guardia de corps. Presidente, gerente y director deportivo arropaban al omnímodo accionista a fin de convencer al entrenador de que los refuerzos no eran posibles. Mejor aún, para no dejarse convencer por un entrenador que ha demostrado de manera contundente que la vieja conseja de que quien la sigue la consigue está grabada a fuego en su ideario. Y ya que los mensajes indirectos no habían hecho mella en el trianero, pues mejor rodearse de los mensajeros y a ver si así se calmaba su ansia de mejora.

Y se dirá el poco iniciado en cuestiones loperianas que cómo algo tan palmario como la necesidad de refuerzos que padece el Betis puede discutirse y demorarse. Porque, claro, nadie de los que andan medio instruidos en los arcanos béticos puede ignorar que Lopera también reconoce que el vestuario es manifiestamente mejorable y que algo habrá de hacer. Un central expeditivo, un centrocampista fuerte y con recorrido más un delantero que garantice un mínimo decente de goles es lo que Chaparro pedía en esa reunión a la que acudía a semejanza de Gary Cooper, solo ante el peligro. Y se dice por los rincones de Jabugo 4 que salió con bien de la emboscada.

Sería bueno para el Betis y, por ende, para Lopera que las peticiones del muy fiable entrenador del Betis fuesen satisfechas. Los beneficiarios serían todos, empezando por Lopera y su imagen. Ocurre que las cosas han de hacerse por vía de urgencia, ya que con los refuerzos de invierno se corre el riesgo de que cuando se orienten de dónde están ya no sea invierno ni primavera, sino el tórrido verano nuestro. Chaparro fue a pecho descubierto para enfrentarse a algunos de los que han tirado al muñeco y con su poder de persuasión puede que haya logrado que Lopera acceda a algo que él sabe mejor que nadie, que el Betis es manifiesta y necesariamente mejorable.