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PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Chatear la apología

NUEVOS delitos, nuevas tecnologías para perpetrarlos, y nuevos debates jurídicos y morales sobre qué es punible. La detención de un individuo en el cibercafé cercano a la Facultad de Empresariales, acusado de apología del terrorismo a través de internet, sorprenderá a bote pronto, pero el terror hoy se propaga, adiestra, financia y planifica en el mundo internauta. ¿Virtual? No, por desgracia, es tan verídico como un atasco en hora punta.

Antes se imaginaban y se tramaban las conspiraciones en los cafés que auspiciaban tertulias políticas. Ahora no hace falta ni verse las caras ni llamar al camarero, internet es la plaza pública donde practicar sin testigos los conciliábulos. Las pantallas de los ordenadores son el muro para las pintadas. Pero de todo queda rastro en lo que parece el paradigma de la invisibilidad. Por eso van a los cibercafés, sus equipos informáticos son utilizados por mucho turistas y jóvenes al cabo del día, y en cuestión de segundos uno puede cliquear y salirse de la página web en la que esté generando contenidos o intercambiando vivas al terrorismo.

Jugar a las apologías y chatear el odio puede subirle la bilirrubina a más de un descerebrado sólo valiente con un teclado en las manos. Lo difícil es definir, desde el Estado de Derecho, cuándo esa apología constituye o no una amenaza a la integridad del prójimo y de la sociedad en su conjunto. Una correa de transmisión de estrategias con balas y de captación de adeptos, o el mero desahogo de quien no respeta ni a su sombra. Ese es el reto, diferenciar al bravucón del siniestro. El primero tiene todo el derecho del mundo a decir tonterías. No el segundo si su libertad de expresión es un arma cargada de amenazas que conculcan la libertad de otros. Una diferencia que tenemos entrenada en todos los medios de información, pues a diario nos llegan comentarios y críticas con fundamento a la par que soflamas fundamentalistas que son en sí mismas apología de la barbaridad.

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