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HACE cuarenta años el director italiano Marco Bellocchio hizo una película muy crítica con el maoísmo. No específicamente con Mao, sino con los jóvenes occidentales que pretendían aplicar a la Europa desarrollada las recetas de Mao. La Cina è vicina, se llamaba. China está cerca.

Ni Bellocchio podía prever que China, pasado el tiempo, iba a estar tan cerca de nuestras vidas. Mejor dicho, formando parte de ellas, aunque no por contagio de la ideología, sino por la fuerza de los hechos. Empezó por el estómago: los primeros restaurantes chinos tuvieron éxito como novedad en una España que empezaba a poder comer fuera de casa y también por un exotismo como de película americana. Comer en un chino fue en su momento un signo de distinción provinciana.

Mucho ha llovido. Ahora que los restaurantes chinos están en decadencia y la gente ha dejado de preguntarse con qué elaboran sus comidas -porque ya lo sabe-, estamos rodeados de chinos e influidos por chinos. Desde el sector de la restauración se han extendido a las tiendas de desavío, las de todo a un euro, que cada vez venden menos cosas por ese euro simbólico y publicitario, y los establecimientos de cachivaches feísimos de esos que sólo le puede regalar uno a su peor enemigo. No tenemos todavía Sohos ni Chinatwons en nuestras ciudades, pero andamos en ello. En el comercio parten con ventaja: trabaja toda la familia y todas las horas del día. Y todos los días del año. El 15 de agosto media España está de fiesta patronal, pero en cualquier pueblo sigue abierta la tienda de los chinos. Bueno, y con anterioridad ya se habían cargado el sector textil y dado un buen bocado al del calzado. Son voraces.

Eso, aquí, pero es que los chinos que siguen en China cada vez influyen más en nosotros. Por ejemplo, en la inflación. Con el invento del capitalismo-leninismo (sistema capitalista y dictadura de partido único autotitulado comunista, nadie sabe por qué) su economía crece un diez por ciento cada año y ha hecho cambiar de mentalidad a los chinos: ahora comen tres veces al día, y como son mil trescientos millones, que se dice pronto, compran mucho arroz, aceite y otros productos, contribuyendo a subir los precios de estos alimentos en los mercados internacionales. Entre China, India, Brasil y otros ejercen una presión inflacionista tremenda... que afecta a nuestros bolsillos.

Lo bueno de la globalización es que es de ida y vuelta. Si se desarrolla esta China tan próxima necesitará también comprarnos cosas. Piensen en el turismo: el diez por ciento de ricos ya existentes en China son 130 millones de turistas potenciales. ¿No merece la pena que Turismo se trabaje con preferencia esta Cina tan vicina.

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