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Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Ciencia sin ética

Ciencia sin ética es la peor barbarie: no se debe autorizar la exhibición de cadáveres humanos

No podemos esperar que los humanos traten a otros seres con cuidado y respeto si no comprenden bien las maravillas y los rasgos característicos de su naturaleza" se dice en el catálogo de la exposición Animal Inside Out. El problema es que difícilmente podrá esperarse nada si los humanos se tratan entre ellos con tan poco respeto como se hace en esta exposición, en la que junto a los animales se exhiben cadáveres humanos en un lucrativo negocio con pretexto científico: la entrada cuesta entre 9 y 16 euros y ha sido vista por 40 millones de personas.

Hace unos años circuló por todo el mundo con inmenso éxito la éticamente repugnante exposición Body Worlds, que pasó por Sevilla en 2009. En ella se exponían cadáveres plastinados en poses que buscaban el efecto espectacular. En la actual se exhiben animales, pero también seres humanos. Y a todo el mundo le parece muy bien. ¿Quién se atreve a alzar la voz contra la Ciencia? Sólo los retrógrados herederos de quienes a lo largo de la historia se opusieron a su avance invocando arcaicos prejuicios. Siempre funciona la invocación de antiguos errores para justificar modernos horrores.

Esta exposición prolonga los Cuartos de Maravillas de los siglos XVI y XVII y sobre todo -Darwin e imperialismo colonial científico y racista de por medio- los Gabinetes Científicos o de Curiosidades del siglo XIX y, en su expresión más crudamente comercial, las exhibiciones de freaks en las ferias. El Museo Darder de Banyoles (Gerona) exhibía con coartada científica a un cazador bosquimano disecado que afortunadamente fue retirado en 2000 y devuelto a su país para ser enterrado. Su aventura comenzó en 1831 cuando su cuerpo fue robado por un "comerciante en especímenes" que lo despojó del cráneo, la piel y algunos huesos para reconstruirlo y exhibirlo en una galería parisina. En 1888 apareció en la Exposición Universal de Barcelona y de allí pasó al Museo Darder hasta que Frank Westerman lo descubrió en 1993 -"estaba en una vitrina, como si de un animal embalsamado se tratara"- e inició la campaña para su retirada. Lo contó en su libro El negro y yo (Ed. Océano).

Ciencia sin ética es la peor barbarie. Entre aquellos gabinetes del XIX y esta exposición median el premio Nobel Haber y el gas mostaza, Oppenheimer e Hiroshima y Nagasaki, los doctores Mengele y Wirths de Auschwitz, Kurchátov, Teller, Ulam y la bomba de hidrógeno... ¿No hemos aprendido?

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