POR los albañales del Estado, se decía en la oscura época de los GAL, sobrenada la porquería. Sí, es cierto, salvo que la red de desagües no es exclusiva del Estado. Como sabe cualquier fontanero de grado medio, bajo casi todas las actividades humanas hay una trama subterránea de colectores por donde discurren las excrecencias. Ahora bien, no todas las actividades generan los mismos desperdicios. Varía la cantidad y también la calidad. Los casos de espionaje descubiertos en el entorno del PP en Madrid han puesto de relieve el caudal de suciedad que abona el pulso entre los dos aspirantes a sustituir a Rajoy al frente de la derecha, el alcalde madrileño, Alberto Ruiz-Gallardón, y la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre. La chapucería de los mortadelos no mengua la gravedad. Sólo hacen el casomás patético. Nadie sabe con seguridad de dónde parte la bazofia, si de los cuerpos parapoliciales del consejero de Interior de Aguirre o de algún otro nido de espías comprometido en la guerra institucional. No es la primera vez que rezuma la podre. La compra nunca aclarada de los diputados socialistas Tamayo y Sáez, que permitió la elección de Aguirre, fue un aviso de las turbiedades que discurrían bajo la cara limpia del éxito.

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