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Rafael Salgueiro

Colombia o el atractivo de la seriedad

En el discurso de los políticos colombianos se detecta un nivel de autocrítica que a España le vendría verdaderamente bien · Las empresas andaluzas se fijan en el país sudamericano como destino inversor

ESTA semana ha visitado España el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y dentro de sus actos en Madrid se incluyó un banquete al que tuve ocasión de acudir. Expuso Santos las líneas maestras de su programa, centrando su intervención en las áreas económicas antes que en las profundas y valientes reformas institucionales que su Gobierno está abordando. Esta selección ha sido lógica, dado que el patrocinador fue el BBVA y la asistencia estaba formada, sobre todo, por empresarios y directivos españoles y colombianos. Entre ellos y que yo pudiese reconocer se encontraban empresas andaluzas como Sando y Azvi, que tiene ya un contrato en ese país; una empresa presidida por un andaluz cada vez más ejerciente, como es el caso de Konecta, ya establecida en Colombia; y también la presidencia de la CEA. El número de asistentes fue elevado para este tipo de eventos, lo que muestra el interés que despierta Colombia entre nosotros y su atractivo como país de múltiples oportunidades de trabajo y de negocio.

Esta conferencia se produce en un momento en que numerosas empresas españolas están iniciando o profundizando su internacionalización, al constatar que las posibilidades de crecimiento en nuestro país son limitadas por el momento, ya estén dichas empresas orientadas hacia la demanda pública como a la privada. Ese interés exterior, vocacional o forzoso, se sustenta no sólo en las propias capacidades individuales de la empresa sino, en buena medida, en la constatación de la trayectoria que han seguido las empresas que las han precedido y en el análisis de sus éxitos y errores. También se sustenta en el aprendizaje de cuáles son los factores determinantes en entornos políticos, sociales y económicos antes desconocidos. Y, desde luego, en el aprendizaje de cuánto hay que creerse de las maravillas que cuenten los políticos, funcionarios e intermediarios dedicados a la atracción de inversiones extranjeras. Pero en todo caso, uno de los rasgos distintivos de nuestros últimos veinte años ha sido la salida de empresas a los mercados exteriores, que éstas provengan de todo tipo de sectores y que en su origen la mayoría no tuviera un gran tamaño. Y todo esto era bastante más difícil y nos parecía más lejano a principios de los ochenta que ganar un mundial de fútbol.

El discurso del presidente de Colombia, desde mi punto de vista, estuvo perfectamente diseñado para el propósito que se perseguía: dar a conocer con toda claridad las líneas de acción del Gobierno, señalar genéricamente las oportunidades empresariales que se derivan de ellas y trasladar la seguridad de que los riesgos serán sólo los naturales en la actividad empresarial, sin que haya que añadir a ellos los siempre impredecibles riesgos regulatorios. No hubo apenas cifras en el discurso relativas a la inflación, tipo de cambio, prima de riesgo país, tasa de crecimiento, distribución sectorial del PIB y otras variables convencionales como la extensión o la población. No era necesario informar a los asistentes de algo que ya sabían o que podrían consultar en su teléfono inteligente. Era mucho más importante la persuasión y ésta se logra sólo con la comunicación personal, máxime cuando hay que actualizar la visión que muchos interlocutores tienen todavía de ese país.

Apoyado en lo ya alcanzado por su predecesor Álvaro Uribe, puede añadir ahora nuevos ejes a la acción de gobierno, entre ellos la seguridad democrática, la confianza para los inversores y la cohesión social. En sus propias palabras, le gustaría que Colombia fuese un país "predecible y aburrido" (aunque esto se me antoja difícil) que pudiera avanzar en la senda dibujada en un plan de desarrollo apoyado por el 80% de la Cámara, cuyos fines son mejorar la seguridad, acrecentar el empleo formal y reducir la pobreza y las desigualdades. A esto último ha de contribuir una medida tan valiente como la distribución de las tierras incautadas a los narcos y la restitución de las que fueron arrebatadas a los campesinos por la guerrilla, los paramilitares y los terratenientes que aprovecharon la coyuntura. La restitución de la propiedad y el aseguramiento del derecho de propiedad van a tener unas consecuencias mucho más trascendentes que los ingresos de miles de familias, porque el respeto de ese derecho en todas sus manifestaciones es condición necesaria para el progreso económico, como hemos comprobado en el siglo XX por si a alguien le quedaban dudas. Y además es una de las pocas funciones que deben ser exclusivas del Estado.

Han establecido cinco grandes áreas económicas sectoriales y en tres de ellas al menos deben "desatrasarse", una sugerente palabra que orienta la acción en Vivienda, Infraestructuras y Agropecuario. El pujante sector de Minería y Petróleo, abierto también a la inversión exterior, ha de ser origen de empleo, ingresos exportadores y regalías que alimenten el presupuesto sin caer en el conocido "mal holandés" (y venezolano). La ley determina que un 10% de esas regalías se destinan a financiar la Ciencia e Innovación, cuya finalidad preferente será elevar la productividad de la economía. Además la política exterior es consecuente y coherente con el Plan de Desarrollo; en sólo una semana Colombia ha normalizado las relaciones con Ecuador, se han establecido los Tratados de Libre Comercio (TLC) con México y Canadá, se refuerza el prioritario TLC con EEUU y se inicia la negociación del TLC con la Unión Europea, donde ha habido un gran apoyo diplomático español.

No sé si será una sana característica de los políticos colombianos, pero en el discurso del presidente hubo reconocimiento de los problemas: la deficiente imagen exterior del país, el gran volumen del empleo irregular, las dramáticas diferencias sociales o las dificultades de integración de los ex guerrilleros, entre otros. Me hacía esa pregunta recordando sendos discursos de la alcaldesa de Cartagena y del presidente Uribe en un congreso internacional a finales de 2008. La primera no ocultó los múltiples problemas de su ciudad, entre ellos la integración de un gran número de personas desplazadas allí por la guerrilla; el segundo no se recreó en lo que ya se había conseguido para superar sus grandes males y en el ritmo de crecimiento económico, sino que se centró en señalar la guía de acción que tenía el gobierno, las dificultades que había que superar y lo largo y duro que sería el recorrido.

La comparación con nuestro caso es inevitable: poco antes de esa fecha íbamos a demarrar superando a italianos y franceses, poco después flipábamos viendo brotes verdes por todos lados. Y todavía ahora, de vez en cuando, se nos anuncian logros sin esfuerzo, ya sean los chinos salvando a las cajas - suena gracioso lo de la caja china- o comprando deuda pública, ya sean leyes con un efecto cuasi mágico, como la ley de economía sostenible; o ya sean metáforas poco afortunadas como la del trasatlántico, no por la coincidencia con el Titanic, sino porque tendremos que remar como galeotes para lograr que el PIB crezca otra vez lo suficiente para generar empleo y para sostener el Estado del Bienestar que algunos ya daban por conseguido para siempre, sin reparar en el enorme esfuerzo colectivo que es necesario para mantenerlo. Como Ben Hur, que vuelve el próximo jueves, fuimos acomodados y ahora estamos en la galera, pero volveremos a estar acomodados. No duden de la capacidad de nuestro país, aunque haya que crecer fuera de él.

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