UN sentimiento entre felicidad y agobio embarga a la raza humana (principalmente, la femenina). Han empezado las rebajas, y a las ganas de llegar a casa triunfante cargada de bolsas cual Pretty Woman se une un cierto desasosiego ante tantas cosas que ver, tanto que decidir, tantos codazos que meter, tantas colas que esperar. Aunque, eso sí, no todas van de rebajas igual. Está la que lleva ayudante de cámara. Puede ser un santo novio que dejará de serlo después de la jornada en Zara (si, si, una jornada entera… ¿creías que solo sería media horita, querido?), una madre a la que más le vale decir que todo le queda bien si quiere ahorrarse la mirada matadora, o una amiga que contestará decenas de veces la pregunta "¿y qué hago con esto, me lo llevo?". Algo que no tendría que responder si fuera amiga de esas que van con lista de la compra. Este tipo de compradora de rebajas se sabe al dedillo el catálogo y la noche anterior ha brujuleado por todas las webs de las tiendas. Va a tiro hecho. Con las referencias, colores y tallas. Para ella, sus hijos y su marido. No hay margen para la improvisación.

En el extremo contrario está la desatada. Afronta las rebajas con un "a ver qué me encuentro" y se le salen los ojos de las cuencas cuando entra por la puerta del centro comercial. No sabe por dónde empezar. Sufre microinfartos con cada cartel de descuento. Llega al probador con una montaña de ropa y ante la amable indicación de "solo puede meter seis prendas", comienza un cuartel sin fin por decidir qué ropa pasa la criba y cual queda fuera. Seguramente compre cosas que luego no se ponga.

Eso no le sucederá a la que tensa la cuerda. Prefiere arrepentirse de no haber comprado algo, a comprarlo y que lo rebajen más: no lo superaría. Nunca estará en los primeros días de rebajas, para ella no son descuentos suficientes, y no pisará la tienda hasta al menos la tercera semana de julio.

Felices rebajas a todas.

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