La tribuna económica

Rogelio / Velasco

Condenados a la prosperidad

EL año pasado, mientras el resto del mundo continuaba en recesión, las inversiones hacia Brasil aumentaban un 30%. Habiendo mantenido tasas de crecimiento en torno al 5% durante los últimos años, el primer trimestre de este ejercicio dio un espectacular salto hasta el 9%. Esta exuberancia ha obligado al Banco Central a elevar los tipos de interés para evitar el calentamiento de la economía. Siendo el primer exportador mundial de café, azúcar, pollos y terneras y zumo de naranja, los recientes descubrimientos en la costa lo convertirán también en un exportador de petróleo.

Los elevados precios de las materias primas contribuyen al boom que vive la economía brasileña. Este episodio ha sido escrito otras veces en su historia. Brasil ya vivió fiebres de oro y diamantes, café y caucho. Las estadísticas históricas, incluyendo datos de hace sólo 10 años, ofrecen una elevada correlación entre el precio de las materias primas y el crecimiento, mostrando cómo la abundancia de recursos naturales no asegura el crecimiento continuado de ningún país. Sin embargo, algunas cosas han cambiado. Desde que Cardoso fuera nombrado ministro de Economía, antes de ser presidente, la estabilidad macroeconómica ha aportado una gran seguridad a la actividad. Las reformas, continuadas por Lula, hacen hoy de Brasil una economía previsible, con una regulación próxima a la de Occidente y donde los contratos se cumplen. Queda atrás el periodo 1990-95, con una inflación media superior al 750% y la economía descontrolada.

A este panorama se añaden las expectativas que se han formado acerca del futuro. Las previsiones apuntan a que se convertirá en la quinta economía mundial a mediados de siglo. El aluvión de empresas extranjeras que quieren tener presencia en su mercado es extraordinario. España, adelantándose al resto, se ha convertido en el segundo inversor tras EEUU.

Pero esas expectativas quizás estén dando lugar a una valoración exagerada del mercado brasileño. Ese mercado tiene hoy el valor que tiene -apenas algo mayor que el PIB español-. Descontar al momento presente un flujo de crecimiento continuado en el futuro sólo se hará realidad si la economía brasileña es capaz de mostrar crecimiento fuera del sector de materias primas. Y eso aún tiene que demostrarlo, porque no produce nada de calidad que sea exportable o que pueda competir internamente con productos extranjeros.

Como muestra general del perfil de crecimiento que ofrece, la productividad crece a un ritmo muy lento. Esto es grave en un país aún en vías de desarrollo y muestra cómo el crecimiento se lleva a cabo a través de la acumulación a gran escala de capital y trabajo, pero escasamente a través de la tecnología y el uso eficiente de los recursos.

Brasil necesita mayores inversiones públicas para mejorar la productividad, evitando realidades diarias como las dos horas que tardan los trabajadores de los suburbios de Sao Paulo en ir al centro de la ciudad. Y casi el mismo tiempo en el caso de Río -desde donde envío este artículo- en el trayecto desde el aeropuerto. Si quieren que el Mundial y los Juegos Olímpicos no sean un caos circulatorio -y los brasileños sean más productivos- tendrán que darse prisa.

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