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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Consenso

EL consenso es un valor central de la democracia, escaso en modalidades tan polarizadas como la nuestra. Aquí, las debilidades del contrario, incluso en los peores momentos de la vida nacional, son aprovechadas por el rival político para elevar la tensión y, luego de haber maltratado a la opinión pública con la siembra de incertidumbre, ofrecer un salvavidas. Claro que Rajoy no es ningún Mesías y su tedioso discurso no acaba de impulsar un liderazgo. En las encuestas, recorta distancia con Zapatero, pero más por el desplome de éste que por mérito propio. En los sondeos se masca una decepción muy amplia ante una clase política incompetente.

El Gobierno apela a la opinión para decir, a la antigua usanza, que una especie de complot quiere arruinar España, e insiste en enarbolar la bandera raída de la que se bautizó, con mucha alegría, como la novena potencia económica del mundo. Un error de estrategia, porque la ficción de la conjura no contribuye a mejorar la imagen de una situación que está muy lejos de la emergencia. Este Gobierno ignora frecuentemente el papel de la comunicación y, cuando la aborda, emplea herramientas inadecuadas o saca a la palestra a la joven Pajín.

Durán i Lleida acaba de afirmar que, para evitar del vértigo del acantilado, se necesita un acto de responsabilidad, un pacto de Estado. No es posible encontrar el rumbo con la brújula de la prospectiva electoral. Es preciso corregir un desfase con la realidad, que nace del retraso en la aceptación de la crisis, hablar claro y, en un acto de lucidez, convocar la concurrencia de todas las fuerzas políticas para la aplicación de la terapia más eficaz y menos gravosa para la población: el consenso.

Desde el acuerdo es posible achicar las vías de agua que ahogan el crédito de España en el exterior y enfrentar medidas de vigencia limitada, pactadas con los agentes sociales, como en parte se ha hecho, para que el inevitable ajuste no conlleve un quejido que lo haga psicológicamente insufrible. Corresponde al jefe del Ejecutivo solicitar tal colaboración, con independencia del coste electoral que ello suponga, sabiendo que en este tipo de acciones, que apelan al conjunto de la población sin distinción de ideologías, es donde se revelan las políticas de Estado más efectivas.

Nada sencillo. La cultura del consenso no habita entre nosotros, y es difícil imaginar a Rajoy -nada nuevo anteayer en el Congreso- sin la impaciencia ruidosa del corto plazo electoral, o a Zapatero aceptar un acuerdo que merme su liderazgo, incluso cuando las aguas alcanzan el puente de mando. La ciudadanía espera un milagro que atenúe tanta incertidumbre. Una ocasión excelente para poner a prueba tanta palabrería en el campeonato retórico de los patriotas.

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