ACONSEJABA Alfredo di Stéfano a un portero no demasiado fiable que estaba en la plantilla del Valencia durante un entrenamiento y lo hacía de esta manera: "¡Ché, las que vayan fuera no las metas, déjalas pasar!". Parecido a aquello de Miguel Muñoz en sus tiempos del Sevilla cuando le decía a cierto centrocampista que no se caracterizaba por lo atinado de sus pases: "Fulano, los tuyos son los de blanco". Con estas dos pinceladas se pretende resaltar la importancia que tiene en fútbol trabajar en equipo y, por supuesto, no sembrar de complicaciones el camino. O sea, que cada uno defienda la camiseta que lleva.

Y esto es lo que no ha hecho Risto Vidakovic, el otrora imperial líbero y hoy entrenador del filial del Real Betis Balompié. Sin necesidad de recurrir a la Real Academia de la Lengua, una acepción de filial sería la de trabajar con la vista y la mente puestas en el primer equipo; lo demás, todo es secundario. Y Vidakovic parece que no lo entiende así cuando critica en público que el primer entrenador, su jefe más cercano, haya puesto a jugar a un joven futbolista de la cantera. Futbolista talentoso que, entre otras cosas, no se fue a Italia este verano porque Mel, el jefe de Vidakovic, le hizo abrigar la esperanza de que su ascenso estaba cercano.

No sé qué intención llevaba Vidakovic cuando dijo que se habían precipitado con la inclusión de Vadillo en la titularidad del primer equipo. La verdad es que no sé si el balcánico se daba cuenta de la trascendencia de esta marejada tan gratuita que podía romper el tiempo de bonanza que, al fin, se vive en Heliópolis. Si se daba cuenta de la incidencia es que estamos ante un hombre que no muestra lealtad con el club que le dio su confianza y eso sería muy grave. Ahora bien, si lo hizo sin darse cuenta de la polvareda que levantaría es que no da más de sí. Si en el primer caso puede plantear dudas su futuro, en el otro es de finiquito por vía de urgencia, por inútil.