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RESUMEN de lo publicado ayer: los negociadísimos debates televisados Zapatero-Rajoy y las imposiciones de los partidos en las caravanas de informadores que siguen a sus candidatos cercenan la capacidad del periodismo para ejercer sus funciones de veracidad y crítica. La información ha sido puesta al servicio de la política.

Pero hay más ejemplos de la transformación de los periodistas en correveidiles. En sentido estricto. A los periodistas les encargan los partidos una misión: corred, con las prisas propias del oficio, id y decidles a los ciudadanos lo que nosotros decidamos que les digáis. Sigamos la actual campaña, en la que socialistas y populares impiden a las cámaras de televisión ajenas grabar las intervenciones de Zapatero y Rajoy. Son los aparatos de ambos partidos los que suministran su propia señal con las imágenes que aparecerán en los informativos (?). Las cadenas pueden hacer tomas de ambiente en los mítines desde el corralito en que hacinan a los camarógrafos, pero no planos de los candidatos en el atril. Más barato para las empresas periodísticas, más caro para la verdad.

A los medios de titularidad pública -y finalmente, a los que se informan a través de estos medios- les imponen desde tiempos inmemoriales un estricto minutado. A cada partido en liza se le dedica a diario un tiempo de radio o televisión que no se decide con criterios profesionales (lo que sus periodistas estiman para cada noticia que generen), sino en función de la representación parlamentaria que haya obtenido en las elecciones anteriores. Esta arbitrariedad, desconocida en los países de nuestro entorno, ha sido impugnada por los colegios de periodistas de Cataluña y Galicia, pero avalada por la Junta Electoral Central. Otro dardo envenenado a la esencia del periodismo.

Fuera de campaña también se han ido imponiendo más malversaciones de la actividad informativa. Los políticos no tienen recato en extender el hábito malsano de convocar ruedas de prensa en las que no se contesta a las preguntas que no les interesa contestar o, incluso, no se admite ninguna pregunta. Lo extraordinario es que los periodistas, presionados por las empresas, lo admitimos como normal. La Administración, en sus diversos ámbitos, se hace la remolona a la hora de facilitar datos y estadísticas públicas, como si fueran de su propiedad y uso exclusivo y a conveniencia. Con melancolía recuerdo lo que decía un antiguo lord propietario de The Times: "Noticia es algo que alguien en alguna parte intenta ocultar. Todo lo demás es publicidad".

¿No quedamos en que los periodistas somos instrumentos del derecho a la información que tienen en realidad los ciudadanos?

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