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la ciudad y los días

Carlos Colón

Corrupción en tiempos de crisis

EL peor diagnóstico posible, el más sombrío panorama y la más pesimista percepción de la realidad política española ha sido hecho, trazado o expresado por la consejera de Presidencia con estas palabras: "No hay quien le gane al Gobierno de Griñán en honestidad y transparencia". Si es así, si la Junta de Andalucía es el Greenwich o el metro patrón a partir del cual se establece o mide la honestidad y transparencia de las instituciones, estamos apañados. Igual de apañados, para nuestra desgracia nacional, que si lo fueran otros gobiernos autonómicos.

El espectro de la corrupción en España es profundamente democrático: abarca todos los colores, infecta a todos los partidos con largas responsabilidades de gobierno y no hace distinciones entre los parientes del común de los mortales y los de la realeza. Y además es un factor de unificación nacional más poderoso aún que la selección de fútbol: lo mismo se da en Valencia que en Andalucía, en Mallorca que en Madrid, en Cataluña que en Galicia.

Lo peor de la corrupción política es que salpica a las instituciones de las que los sinvergüenzas se sirven, en vez de servirlas para el bienestar de los ciudadanos, produciendo una especie de desmoralización democrática. Sucede con esto como con el escándalo Urdangarín, que salpica a la Familia Real por inocente que ésta sea y por útil que la institución monárquica haya sido, sea y ojalá siga siendo a la nación. La repetición de casos en diferentes comunidades y protagonizados por distintos partidos acaba por arrojar una sombra de sospecha sobre toda la clase política y sobre el propio sistema.

¿Que son casos minoritarios? No importa. Como la tinta china en el agua, una sola gota de corrupción puede ennegrecer una institución o un partido. Y si en vez de una gota se trata de un incesante goteo, las cosas se ponen negras para todos. Peligrosa y detestable en tiempos de abundancia, en duros momentos de crisis, recortes, paro y desahucios, la corrupción política de puterío, cochazos, pisos, fiestorras, subvenciones millonarias o clientelismo familiar adquiere un matiz aún más repugnante.

El ininterrumpido goteo de noticias desmoralizadoras en un país afectado por la subida de impuestos, cinco millones de parados, un incierto futuro o la estimación de que más de medio millón de familias habrá perdido su casa como consecuencia de la crisis entre 2008 y 2015, terrible dato aportado por un informe de la Asociación de Afectados por Embargos y Subastas, multiplica la indignación de los ciudadanos más concienciados y, lo que es aún más grave, alienta la indiferencia de la mayoría hacia la cosa pública.

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