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En tránsito

Eduardo Jordá

Cosas de niños

HAY una corriente pedagógica -hoy mayoritaria- que trata a los niños como si fueran criaturas candorosas, inocentes y más bien tontorronas. Y en vez de la casa de chocolate de Hansel y Gretel -una metáfora bastante aproximada del bosque de la vida en el que todos acabaremos perdiéndonos-, estos pedagogos proponen fábulas confortables sobre la correcta instrucción moral de los niños. La literatura infantil no debe entretener ni divertir, sino señalar los modelos "apropiados" de conducta, así que los héroes infantiles ya no son los aventureros y las doncellas indefensas, sino el niño adoptado, el negrito que vende kleenex o el hijo de papás separados, igual que en la España de Franco lo eran la niña limpia y hacendosa o el mozalbete que levantaba el brazo cada aniversario de la muerte de José Antonio.

Lo malo de todo esto es que los niños, y no digamos ya los adolescentes, no son criaturas tan inofensivas y crédulas como se nos quiere hacer creer. Los niños y los adolescentes suelen engañar y mentir, suelen humillar a otros niños, suelen manipular a sus padres y a sus amigos, y suelen tener impulsos violentos. La educación consiste justamente en enseñar a los niños a reprimir esos impulsos, y si es posible a trasformarlos en un estímulo para la superación y para la responsabilidad por el trabajo bien hecho. Educar significa reconocer que la vida es como es, y no como nos gustaría que fuera, porque ése es el mayor motivo para mejorarla. Hay niños candorosos, desde luego, pero también los hay malvados y mentirosos. Y hay niños inocentes, pero también los hay manipuladores y cínicos y mezquinos. Los niños no son muy distintos de los adultos. O mejor dicho, los únicos adultos de verdad son los que han conseguido dejar por completo de ser niños, así que ya no son ni caprichosos ni irresponsables. Y estos adultos no suelen ser los más abundantes, por cierto.

Digo todo esto porque los familiares de Marta del Castillo creen que algunos adultos ayudaron al autor confeso del crimen y a sus cómplices a fabricarse una coartada y a ocultar el cuerpo en otro sitio. Puede ser, porque de momento no sabemos nada, pero me temo que los jóvenes no necesitaron la ayuda de nadie para urdir su trama. A diferencia de los cándidos protagonistas de las fábulas moralizantes, hay muchos jóvenes que saben usar la imaginación para engañar a los demás. Lo peor de la triste historia de Marta del Castillo no es que esté sacando a flote los peores impulsos de una sociedad asustada y desmoralizada, sino que demuestra hasta qué punto nos hemos equivocado al juzgar de forma tan ingenua a los niños y a los jóvenes. Hay que empezar a ser realistas, si no queremos que muchos niños y jóvenes sigan engañándonos como a niños ilusos.

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