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la tribuna

Rafael Caparrós

Crisis económica y desigualdad social

ES un hecho incontrovertible el exponencial aumento de las desigualdades sociales a lo largo de las tres pasadas décadas. Hasta tal punto que la OCDE decidió en 2010 elaborar un informe que analizara las causas de tal crecimiento. Publicado en 2011 con el título Divided We Stand. Why Inequality Keeps Rising, dicho informe generó gran interés y debate. Entre las causas que el estudio consideró como de mayor importancia estaba el cambio tecnológico, que afectaba en gran medida a la distribución y la productividad dentro del mundo del trabajo y de las rentas generadas por él.

Un estudio posterior, no obstante, el publicado por el Center for Economic and Policy Research (CEPR) de Washington DC, titulado Missing the Story: The OECD's Analysis of Inequality, realizado por David Rosnick y Dean Baker, criticó extensamente el estudio de la OCDE mostrando sus serias limitaciones en la conceptualización y metodología utilizadas.

Sus autores muestran que el enorme crecimiento de las desigualdades sociales en los países de la OCDE no se ha producido dentro la mayoría de la población que obtiene sus ingresos de las rentas del trabajo (el 90%), sino entre una minoría muy exigua de la población (el 1%), que deriva sus ingresos de las rentas del capital, y muy especialmente del capital financiero (el 0,2% de la población), y todos los demás. El crecimiento de las rentas de estos últimos ha sido exponencial. Esto ha ocurrido también en España, donde la mayor concentración de las rentas se ha producido también en este 1% (y muy en especial en el 0,12%) de la población.

Ahora bien, esta enorme concentración de las rentas (y de las riquezas) no se debe al cambio del sistema educativo ni a cambios tecnológicos, sino a las políticas públicas neoliberales llevadas a cabo durante los últimos treinta años en la mayoría de países de la OCDE (iniciadas por el presidente Reagan en EEUU y Mrs. Thatcher en Gran Bretaña), políticas que sistemáticamente han favorecido a las rentas del capital a costa de las rentas del trabajo. David Rosnick y Dean Baker muestran claramente que el debilitamiento de las instituciones que defienden los intereses del mundo del trabajo ha jugado un papel clave en esta redistribución de las rentas a favor de las rentas del capital y en el crecimiento de las desigualdades, algo que también había destacado el informe de la OCDE. Otro factor determinante de esta enorme concentración de las rentas son las políticas fiscales llevadas a cabo por los estados, que sistemáticamente han favorecido a las rentas del capital y a las rentas superiores, a costa de las rentas de la mayoría de la ciudadanía.

El estudio de CEPR subraya que la creciente desigualdad de las rentas está ligada a la expansión del sector financiero. La evidencia es abrumadora. A mayor concentración de las rentas, mayor es el crecimiento del tamaño del sector financiero medido como porcentaje del PIB. Y a mayor concentración de las rentas (en una minoría muy reducida de la población), mayor es la actividad especulativa del capital (y de las instituciones financieras), una de las principales causas de la crisis.

Este comportamiento especulativo se basa en la escasa rentabilidad de la economía productiva, resultado de una escasez de demanda, consecuencia, a su vez, de la sistemática disminución de las rentas del trabajo. Esta disminución de las rentas del trabajo es la que está también detrás del enorme endeudamiento de las familias, endeudamiento que enriquece al capital financiero.

En un excelente artículo, Crisis y desigualdad (2012), sostiene Josep Borrell que la causa profunda de la crisis actual, como de la de 1929, es precisamente el crecimiento de las desigualdades sociales en los últimos treinta años. La producción masiva exige un consumo masivo, y para que ese consumo de masa sea posible hay que distribuir la riqueza de modo que todos tengan un poder de compra tal que permita absorber la cantidad de bienes y servicios producidos. Pero en vez de distribuir la renta se puso en marcha una gigantesca bomba aspirante que confiscó una parte creciente de la riqueza producida en beneficio sólo de algunos que han acumulado cada vez más patrimonio; y, al privar a la masa de los consumidores de su poder de compra, los capitalistas no han podido seguir invirtiendo para producir más, porque no habría habido demanda que pudiera comprar esa mayor produción.

Si los billones de dólares invertidos en la especulación financiera se hubieran repartido como renta entre las clases medias y bajas, habrían podido mantenerse el crecimiento económico y el consumo de masas, no se habría producido la financierización de la economía productiva y la crisis podría haberse evitado.

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