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CRISTINA Maestre, una sencilla mujer sevillana de 29 años, ha sido la segunda víctima española de la violencia machista en lo que va de año. Murió por amor. Lo escribo así a condición de que no se tome la frase por una expresión romántica. En realidad la mató su marido de once puñaladas. Pero ella llegó hasta ese final porque estaba enamorada. Enamorada de su verdugo.

Sólo por amor aguantó un infierno en lo que tenía que haber sido su hogar. Por amor pidió prestado a su padre el dinero necesario para abrir una tienda de comestibles y poder sacar adelante una casa en la que el hombre no trabajaba. Por amor perdonó a éste las bofetadas, empujones y tirones de pelo que jalonaron su vida conyugal. Y por amor, a él y a sus dos hijos, de dos y siete años, no confirmó las dos denuncias por malos tratos que había presentado y renunció a la orden de alejamiento que solicitó y que, quizás, le habría salvado la vida.

Cristina siempre perdonaba. La última vez, cuando el que la iba a matar salió de un centro de desintoxicación. Ella decía que iba a darle otra oportunidad, una más, de rehabilitarse y obrar como una persona normal. Realmente fue la última oportunidad para ella misma. Ya no tendrá otra. El perdonado la apuñaló en su piso modesto del modesto barrio de Los Pajaritos, estuvo junto al cadáver durante más de catorce horas sin avisar a nadie y luego se tiró al vacío. No murió.

El caso de Cristina no es único. Son muchas las mujeres maltratadas que, una vez dado el paso traumático de denunciar a su pareja, acaban arrepintiéndose cuando tienen que seguir adelante. Porque quieren aún a sus maltratadores, porque quieren un padre para sus hijos, por dependencia afectiva, porque cuesta mucho asumir el fracaso de una vida que, sin embargo, saben insostenible... No hacen lo que en su fuero interior son conscientes de que tienen que hacer. Su hermano Julio lo expresó a las puertas del cementerio: "Que todas las mujeres que sufren la violencia de género y quieren a sus maridos denuncien desde el primer guantazo, porque denunciar también es amor. Después de ese guantazo seguro que habrá más. Denunciar también es una prueba de amor maternal, hacia los hijos, porque ahora mis sobrinos se han quedado sin madre". Y sin padre, añado yo, porque esos niños nunca podrán tener una relación de amor filial con quien les privó tan tempranamente de su madre.

Conmueve ver ahora las fotografías de Cristina el día de su boda, vestida de blanco, disfrutando del que ella pensaba que era el día más feliz de su vida y que en realidad era sólo el día en que empezaba un calvario que se ocultaba tras las promesas de amor y las palabras con las que la desgracia se disfraza de dicha y ternura.

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