CADA vez es más difícil debatir en este país con serenidad. Me refiero a debatir en serio: dando argumentos en vez de improperios, respetando al adversario en vez de insultarlo, asumiendo que uno puede estar equivocado y dispuesto a cambiar de opinión en vez de encastillarse en una verdad inmutable, la propia, que resiste todas las evidencias en contra.

Porque la verdad tiene mucho peligro. En cuanto alguien se cree en posesión de ella, trata de imponérsela a los demás. Si no puede imponérsela, porque no estamos en tiempos inquisitoriales, se dedica a descalificarlos. Caricaturiza sus posiciones, les prejuzga intenciones ocultas, responde a sus ideas con injurias o, simplemente, desatiende sus razonamientos y replica a cosas que no han dicho o escrito. Entren en cualquier foro en internet si quieren comprobarlo. A veces parece que internet es el refugio de los majaretas y de los cabreados.

¿A qué viene este exordio? A la que está en curso de liarse por la proposición no de ley que ha aprobado una comisión del Congreso instando al Gobierno a aplicar una reciente sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo que obliga a retirar los símbolos religiosos de los colegios públicos. El tribunal estima que dicha simbología vulnera la libertad de pensamiento y de religión de los padres y ataca la neutralidad ideológica de los Estados europeos. Nótese que lo aprobado en el Congreso no es ninguna norma que haya que cumplir, sino una petición al Gobierno sin fuerza de ley, auspiciada por el PSOE y dos pequeños partidos -ya veremos qué caso les hace el Gobierno- y que ni siquiera ha pasado por el Pleno parlamentario, sino por una comisión.

Pero ya parece suficiente para armar el follón y que renazcan las dos Españas irreconciliables, la de los laicistas furibundos que dividen a la sociedad para que no se hable de los asuntos que de verdad importan y la de los beatos airados que pretenden imponer sus creencias particulares a todo el mundo (así se definen unos a otros). Tirios y troyanos, romanos y cartagineses, Joselito y Belmonte, cadistas y xerecistas. ¿No hay forma humana de lograr que las vísceras y las emociones se queden fuera cuando se debaten los materiales con que se construye la convivencia en una sociedad desarrollada y plural?

Si tienen interés en conocer mi opinión, es ésta: la Constitución dice que España es un Estado aconfesional ("ninguna confesión tendrá carácter estatal"), luego en los colegios del Estado no deberían figurar ni crucifijos ni símbolos de ninguna religión. Con eso no me quiero cargar ni la Nochebuena, ni los Reyes Magos, ni los belenes, ni las procesiones, ni los crucifijos en el cuello de nadie, ni las misas ni nada. Solamente hablo de los signos religiosos presidiendo los colegios públicos.

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